viernes, 12 de octubre de 2018

Fin de semana largo.

Cansada y triste. Muy desanimada.

Hoy es festivo nacional. Por tanto, este fin de semana dura tres días y la semana laboral han sido solo cuatro. Pero se me han hecho eternos. Y no tengo planes para estos tres días de ocio. De hecho, casi ha pasado uno y no he hecho nada de provecho. Bueno, ni de no provecho.

Pensaba lavar las cortinas de mi dormitorio, como hago otros años por estas fechas (en que ya suelo haber cerrado la ventana del dormitorio, que pasa abierta permanentemente todo el verano, pero aún no han puesto la calefacción en el edificio, que suele ser el primero de noviembre) y que hay que planchan húmedas al ser de algodón y lino (por tanto, no puedo lavar, tender, quitar secas...'y ya las plancharé', de ahí que lo haga en un día festivo) pero el cielo amaneció cubierto de nubes y el suelo mojado de la calle indicaba claramente que había llovido y que probablemente seguiría haciéndolo.  Así que he desestimado la idea (aunque he puesto la lavadora con toallas, alguna camiseta de verano para ya guardarla hasta el próximo, la ropa interior de la semana..., lo habitual). 

La verdad es que la presupuesta lluvia ha sido más bien una excusa: no me apetecía nada descolgar las cortinas y toda la restante parafernalia. Bueno: y que probablemente al no llegar a secarse del todo ni tras plancharlas las dejaría arrugadas...
Estoy cansada y desmotivada.

Me he lavado el pelo y me lo he cortado un poco. 
Lo tengo, o tenía hasta hace un rato, larguísimo. Pero no me gustaba su aspecto. El verano raro y las semanas de hospital (estuve casi dos semanas sin lavarlo, por ejemplo. Claro que allí no se me ensuciaba. No había con qué) me lo resecó. Estas últimas semanas se me está cayendo mucho y el aspecto era despuntado: mechones hasta la cintura, pero poco consistentes...
No sé cómo me lo habré dejado. Tampoco me preocupa demasiado. Tengo un pelo imposible (demasiado liso para ser rizado, demasiado rizado para que me aguante el alisado. Se encrespa haga lo que haga). A veces me dan ganas de meter las tijeras a la altura del cuello. O hacerme una coleta alta y cortar y ya está... Pero sé que no voy a atreverme. Así que seguiré recortándolo periódicamente. Es de los pocos detalles de vanidad o coquetería que me quedan. Llevar el pelo largo y darle un baño de color cada mes y algo. Eso, y darme un toque de rímel en las pestañas, por las mañanas, que es mi único maquillaje diario.

El ambiente laboral es cada día peor. Y eso que esta semana hemos estado más tranquilos, al haberse tomado unos días de vacaciones nuestra responsable directa...que cada día nos presiona más a base de contradicciones. Pero es todo un dar vueltas sin llegar a ningún sitio, un acumulado de tareas que una vez finalizadas no cambian nada ni suponen una evolución en ningún ámbito. Y que no me suponen más que cobrar una nómina de supervivencia a finales de mes. Porque mi baja médica y una serie de despropósitos en la planificación del trabajo han supuesto que, al menos hasta el mes de febrero, mi nómina sea eso: algo básico. Tener la misma carga de trabajo que tenía cuando cobraba incentivos, pero sin ellos. Ni posibilidad de cobrarlos.

Y las huelgas encubiertas y las averías en los transportes que me hacen pasar casi cuatro horas diarias, de media, viajando. Y que, si son por las mañanas y me hacen llegar tarde, encima me provocan un descuento en la nómina. Porque da igual si se lleva un justificante que certifica que el retraso lo han provocado causas ajenas a mi voluntad: el tiempo que llegas tarde, te lo descuentan de la nómina. Aunque te ofrezcas a quedarte más tiempo por las tardes para recuperarlo. Aunque, de hecho, raro sea el día en que salgas puntualmente a tu hora: si a las nueve de la mañana no estás conectada al sistema, se cuentan los minutos de retraso. Y te los descuentan. Muy estimulante todo. 

Y al final, en  estas semanas llenas de días todos idénticos y sin el menor cambio ni proyecto de cambio, sólo esas cosas las diferencian: ver cuanto tiempo acumulas de retrasos. O si esta semana, milagrosamente, sólo han sido por las tardes, al salir y volver a casa. 

Y le echo de menos.

Esta semana no he hablado con él (aunque el sábado de la semana pasada quedamos en que le llamaría el martes, para saber qué tal sigue su proceso de tratamientos y preparaciones para lo que tiene, o para lo que ha tenido y que también me ha preocupado tanto y me sigue preocupando tanto...aun sabiendo que a él le da exactamente igual lo que piense al respecto, porque no me considera parte de su vida).
Pensé en llamarle hace un rato (en el último sms que me respondió, anteayer, quedó en que hablaríamos el viernes o el sábado) pero he deducido que dedicado a asuntos más interesantes, con visitas familiares o poniéndose al día con lecturas. Nada compatible con mi existencia. 

A veces aún me cuesta aceptar que no tengo nada con él y que para él, en realidad y aunque a veces parecía otra cosa y yo llegué a creerme eso, nunca hubo nada. Y no termino de comprender, entonces, porqué aquellas llamadas que terminaban a las dos de la mañana, aquellas de 'pensé que habíamos quedado en hablar ayer' si le llamaba un miércoles en vez de un martes, o algún sms a las seis de la tarde confirmando que nos veríamos junto al estanco que estaba frente a la estación de metro donde iniciaba la vuelta a su casa tras el trabajo, cuando ni siquiera habíamos hablado de que nos fuésemos a ver esa tarde..., pero era costumbre que al menos una vez por semana y no necesariamente el mismo día de ésta, yo fuese a esperarle. 
No soy capaz de entender qué quería decir todo eso, porque probablemente no quería decir absolutamente nada. 
O porque me ha dicho y me ha dado a entender tantas y tantas veces que no soy nada para él que ya no hay nada más que entender. 
Pero no puedo evitar echarle de menos.

Mañana me daré el baño de color en el pelo, que ya toca. Igual me animo (o me armo de valor) y descuelgo-lavo-plancho-vuelvo a colgar las cortinas de mi dormitorio. Probablemente plancharé las prendas que ya están lavadas y listas para guardar hasta la primavera que viene. 
Y llegará la noche, cada tarde unos minutos antes que la anterior, y me quedaré dormida en el sofá mientras en la tele no emiten nada interesante. Y el domingo será como todos: rutina familiar, hacer tiempo de nuevo hasta la noche.
Y habrá pasado este fin de semana largo.

Y empezará otra semana anodina, como las últimas. Como prometen o amenazan ser todas las próximas de mi vida. 

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