sábado, 6 de octubre de 2018

Intentando actualizar.

Intentado actualizar.

La semana ha sido catastrófica.

La verdad es que me gustaría que esta frase fuese 100% real..., o sea, poder aplicar el 'pasado', describir lo que ha sido..., pero así 'ha sido', 'fue'. Pero la frase real y correcta debe ser 'la semana está siendo catastrófica', porque aún queda un día y medio. 
Y lo peor es que este octubre ha empezado en lunes. Y la mala racha podía ser un 'este mes está siendo catastrófico'.

El lunes, llegando a Atocha, mi tarjeta/abono de transporte decidió dejar de funcionar. Funcionaba perfectamente hasta llegar a los tornos de acceso al tren. Viajé con ella por la mañana y la empleé en los dos buses que me llevan hasta Atocha. Llegada a los tornos, se murió, sin más. 
De información me enviaron a taquillas: una larga cola. De taquillas me mandaron a las oficinas del Consorcio: al parecer, la tarjeta estaba rota (un pelín doblada, sí. Pero no rota: la llevo en su fundita protectora y tal). Otra cola inmensa. Al final, me renuevan la tarjeta (alegando lo mismo: está rota) y, claro, me cobran la renovación. Sin posibilidad alguna de protestar o reclamar: necesito tenerla para volver a casa y para al día siguiente seguir yendo al trabajo.
Casi hora y media y seis euros más o menos perdidos. Esa tarde pensaba ir bien de tiempo, llegar a una hora razonable... Al final, llegué a las nueve de la noche y agotada. Porque, además, esa mañana me habían sacado sangre, algo a lo que jamás seré capaz de acostumbrarme.

El martes no sé que pasó...pero el caos se adueñó de Cercanías-Renfe. Ya en la estación donde empiezo mi recorrido por las mañanas (y que es la segunda/tercera, según el tren, de la línea) el andén y los alrededores estaban a rebosar. De hecho, llegando a la estación ya me crucé con personas que me dieron la impresión de estar volviendo (a esas horas nadie se queda en esa estación como 'destino' del viaje). Al parecer a esas alturas hacía una media hora que no pasaba ningún tren (hora punta: pasan con una frecuencia en torno a los cinco minutos. Y la mayoría ya llegan prácticamente llenos). Me ubiqué en la zona del andén que coincide con la cabecera del tren: es el vagón que viene más vacío porque no coincide, en  todo el recorrido, con ninguna salida de ninguna estación (y a esas horas todos buscamos diseñar una ruta y una rutina que nos permita ahorrar segundos en los trasbordos). Y con una idea fija: no sé cuando pasaré el tren, pero yo me monto...
Y me monté. En un tren que ya venía abarrotado, incluido ese primer vagón. Y el recorrido que habitualmente es de 20 minutos, fue de 50, con parones en estaciones y entre ellas, dentro de los túneles. Cogí el tren a las 7:50h. Llegué a mi destino a las 8:40h.
Al pedir un justificante para el trabajo (porque, aunque me descuenten igual el retraso de la nómina, tengo que justificarlo..., en fin) el papelito ponía que ese tren llevaba un retraso de 80 minutos sobre su horario real.

Tremendo.

Y..., y podría seguir relatando. El portátil no me carga las páginas web con normalidad (es una aventura intentar hacer cualquier cosa, incluido lo que estoy haciendo y que quién sabe si se publicará). Fui a recoger los resultados de una analítica y me encontré en medio de uno de esos momentos médicos surrealistas que suelen ser mis encuentros médicos (por resumir: me dieron los resultados de la analítica de la primera semana de junio. Sí, esos resultados que, vistos por el internista del hospital dos días después de la analítica se tradujeron en mi ingreso hospitalario inmediato y para tres semanas). Una suplente médica que me trataba poco menos que como a una drogadicta mentirosa que llevaba cuatro meses sin ir a recoger una analítica que decía que tenía hepatitis y el hígado hecho una pena y que 'algo estaba haciendo para provocar su no mejoría'.
Ya digo: surrealista. 

Por descontado, volví a pedir cita para que me atienda mi doctora habitual y me diga cómo estoy. Porque la sustituta también encontró la analítica que iba a buscar: una hoja con cuatro datos. Uno extremadamente descompensado que me tienen que explicar.

Y así toda la semana.

Estoy cansada. En general y por todas estas cosas, estas cosas que se acumulan.
Y..., y le echo tremendamente de menos. El día ocho hará un mes en que hablé por última vez con él. En ese caso, presencialmente. Porque le vi, nos vimos. Casi diez meses después.

No, no he escrito sobre ello. Porque llevo casi un mes sin escribir. 
Porque ni la realidad, ni mi tiempo libre, ni mis ganas..., ni mi portátil ahora, me ponen las cosas fáciles a la hora de ponerme a tener al día este diario.

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