domingo, 14 de octubre de 2018

Sin carmín de Chanel.

Cambiando el color del pelo.
Dudando entre el morado y el rosa, he terminado en el castaño oscuro. Me hubiese gustado atreverme al negro..., pero no: demasiado cambio. Pasar de mi pelirrojo habitual (y debería decir que natural, porque el tono con el que aparezco en mis fotos de cría viene a ser el mismo que lucía hasta hace un rato, sólo que este último era fruto de baños de color y tal) al rosa me parecía más normal que pasar al negro. 

Conclusiones raras, sin duda.

Tuve una época en que fui morena. Teñida, claro. Curiosamente sólo recuerdo esa época porque hay fotos que lo acreditan. Y en base a las cuales deduzco que debí ser morena más  de un año. Luego volví a los castaños rojizos habituales. 

Lo que nunca he sido es rubia. Dicen que para ser rubia hay o que nacer así, o que tener espíritu de rubia. Y yo no debo tenerlo. Y eso en un país donde las rubias son cientos a partir de los cuarenta años: es el color más cómodo cuando predominan las canas. 
Igual en unos años me sale el espíritu de rubia por algún lado. Pero creo que en las próximas semanas, no: ahora soy castañoscura. 
Hasta que los lavados empiecen a sacar el naranja que hay debajo.

Y..., y sí: estoy con este tema absolutamente frívolo porque quería aprovechar que los fallos de conexión a internet me están dando un respiro (esta mañana no tuve conexión hasta las 12 del mediodía; luego en algún momento entre las 13:30 y las 14:30 debí perderla y no volvió hasta cerca de las 17:ooh...y ya veremos hasta cuando se mantiene...).

El otro día recordé que siempre (bueno, durante una buena temporada medida en años) me gustó mucho la ropa. Imagino que de ahí que siga teniendo el armario repleto.
 Mucha, muchísima, ni me vale ni creo que vuelva a servirme nunca..., pero es bonita y me da pena prescindir de ella. Y eso que hace un verano, o dos, llené al menos 8 bolsas grandes y las llevé a una tienda donde la 'recliclan' (francamente, me da igual si la revenden, la donan al Tercer Mundo o termina convertida en aislante. Sí, esos son los proyectos a que dedican la ropa usada. A cambio, dan vales de descuento..., que en mi caso terminan en la basura porque se me olvidan y caducan). 

Tengo ropa en buen uso y tallaje como para no repetir indumentaria completa en todo un mes. Sin embargo, he pasado temporadas en que me daba una pereza atroz pasar de cuatro cosas básicas...

Con  el maquillaje me pasa lo mismo: tengo mucho, muchísimo. Siempre me ha encantado. Se me dió siempre de lujo, por puro instinto, maquillarme. Pero también llevo años sin hacerlo, más allá de algún momento puntual. 
Tengo épocas de comprar barras de labios (debo tener como mediadocena que apenas si habré probado). Almaceno ingentes cantidades de maquillajes varios en el aseo (que es actualmente la habitación de la lavadora y el sitio donde me peino y me doy el rimell, porque nunca lo he usado como aseo: corté el agua en cuanto me vine a vivir aquí. Las conducciones de agua de este edificio son traicioneras). Como con algunas prendas, me da mucha lástima la idea de prescindir de esas sombras de ojos, esos estuches de colorete, esos lápices perfiladores de ojos o labios. Maquillaje de calidad (mis alergias no me permiten jugar con maquillaje 'de mercadillo') que tiene años suficientes como para ya estar inservible. Pero ya simplemente las cajas son tan bonitas...
Igual me ocurre con las docenas de frasquitos de esmalte de uñas. No creo que me pinte las uñas más allá de una vez cada dos meses, pero a veces sí compro otro nuevo color...que pruebo y termina en la vitrina del comedor donde los guardo. 

Acumulo proyectos de coquetería. O reminiscencias de la mujer que fui, aquella que se maquillaba a diario con mimo, que se hacía manicura todas las semanas y llevaba todo el año perfectamente pintadas las uñas de los pies (aunque nadie más que ella lo viese en algunas temporadas), que usaba habitualmente medias de rejilla y tacones (ya no me los puedo permitir: tantos años de uso me han destrozado los pies).

Algunas veces planifico volver a maquillarme. No llevaría más tiempo ni esfuerzo que levantarme 15 minutos antes. Base de maquillaje, unos brochazos de colorete, marcar los párpados con una sombra a juego con la ropa elegida para ese día, perfilador de ojos, dos capas de rimell, carmín bien rojo...
Pero no lo hago. Al final, cada día simplifico en un toque de rimell en la punta de las pestañas (básicamente para que se me vean: inconvenientes de ser más bien pelirroja. Y para acordarme que me las he pintado y no frotarme los ojos). 

También acumulo zapatos (como con la ropa: alguno no volveré a poderlo usar nunca. Bueno, la mayoría).
Perfumes. Muchos, la mayoría, con frascos preciosos.
Complementos: foulares, pashminas, pantys, broches... Cosas para el pelo: diademas, gomas de fantasía, horquillas, pasadores... Y muchas, muchas joyas de plata y piedras: pendientes, collares, anillos, pulseras...

Acumulo cosas bonitas. 
Debería decir que atesoro cosas.

Durante las próximas semanas voy a ser castañoscura.
Creo que ése va a ser mi único cambio. 
Los productos de maquillaje seguirán en el aseo que no es aseo; los frasquitos de esmalte de uñas, en sus cestos de la vitrina del comedor. 
Sin motivos para usarlos. Sin razones para gustar.

Trabajar en una oficina sin luz ni ventilación naturales, en un polígono industrial de un barrio con fama de marginal no es, precisamente, el mejor estímulo para retomar la coquetería y el carmín de Chanel.

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