domingo, 11 de noviembre de 2018

No quiero ir.

Domingo por la mañana.
No quiero que llegue el lunes. Y no porque hoy vaya a hacer nada extraordinario y no quiera que el día se acabe, sino porque no quiero que llegue mañana y tener que volver al trabajo que hago.

El mismo sentimiento tenía ayer, y anteayer que fue festivo y no trabajé. Y el jueves sólo quería que dieran las seis de la tarde e irme. Y el lunes pasado mi única ilusión era que el viernes era festivo y no tendría que ir a trabajar. Y la semana anterior mi única felicidad eran los dos días no laborables: el jueves que fue festivo nacional y el viernes que lo había cogido libre a cuenta de las vacaciones pendientes. 

Nunca me había pasado esto. Nunca había sentido un rechazo tan radical hacia el sitio donde el hecho de pasar nueve horas al día, cuarenta y tres horas a la semana, era el motivo por el que a finales de mes cobraba una nómina indispensable para seguir viviendo (entiéndase por pagar el alquiler, la conexión a internet que me permite comunicarme en este momento con quien ahora lea esto, el teléfono fijo mediante al que intento contactar con él al menos una vez por semana y que me indica a qué hora he llegado a casa porque levantarlo de su soporte y mirar la hora y posibles llamadas perdidas es casi lo primero que hago al llegar, el teléfono móvil que empleo como reloj para saber si voy bien de hora en mi gymkana diaria para llegar a ese trabajo que rechazo... Y comprar alimentos que sólo me sirven para volver a engordar. O a hincharme, porque lo que perdí este pasado final de primavera/comienzo de verano fue volumen más que peso. Vivir, seguir viviendo y necesitar dinero para ello, para mí es simplemente esto).

Mañana es lunes y no quiero volver al trabajo. Y no sé qué inventarme para no ir. Porque no valgo para mentir.
Parte de mi trabajo, desde hace más de nueve años, consiste en mentir contínuamente por teléfono. En mi actual trabajo, intento que esas mentiras sean las mínimas posibles. Así me ha ido bien todo este tiempo...., pero sé que a otras les ha ido infinitamente mejor que a mí mintiendo contínuamente. Y..., no sé. Porque aunque sí sepa que puedo mentir mejor que nadie (soy una magnífica actriz: esto también lo sé) no quiero hacerlo. Principios éticos, se llama.

Me angustia estar encerrada allí, con luz artificial todo el día, sin ventilación, con una pared blanca enfrente al otro lado de la pantalla del equipo informático. Escuchando sandeces casi a piñón fijo. Sabiendo que si paro dos minutos para intentar intercambiar alguna idea con las pocas personas medianamente inteligentes que me rodean y a las que estoy escuchando hablar de otras cosas más interesantes que lo que yo soporto, me van a regañar como si estuviésemos en el colegio (donde no me regañaron por hablar desde los 6 años, edad en que me planté y me enfrenté con la profesora y hasta con el director... que debieron flipar al escuchar a una pelirroja de metro y poco decirles que no la tomasen por tonta, que ella de tonta no tenía un pelo. Literal. Años 70, egb, colegio semiprivado). No quiero ir a un sitio que no me aporta nada, a estas alturas del año y debido a mi baja médica y otros despropósitos, ni siquiera una satisfacción económica al ver el resultado de mi nómina. 

No quiero ir, y no sé cómo hacerlo. Porque, como digo, no valgo para inventarme una enfermedad (aparte, con mis antecedentes recientes, igual esa hipotética invención volvía a conllevar exámenes y pruebas hospitalarios..., y no, no quiero volver a pasar por eso). Y sé que si describo mis sensaciones y  síntomas, no tendría que inventar nada: me siento muy, muy cansada. Estoy hinchada. Me duele la cabeza (en algunos momentos, de modo insoportable). A ratos tengo muchas ganas de llorar (no lo hago. No puedo llorar en público. Y cuando salgo de allí se me pasan).A ratos también me duele el estómago, igual es el hígado, que está al lado.... No tendría que inventar síntomas, pero tampoco valgo para pedir cita médica y contar todo esto...y confiar que se tradujera en unos día de baja médica....

Hoy sólo sé que es domingo, que mañana me espera una semana completa, de cinco días, de trabajo. Un trabajo absurdo e inútil que aborrezco y que me hace sentirme mal. Y que no puedo esquivar. 
No quiero ir y no puedo evitarlo.

Y hoy es once del once, y quiero vcrle, quiero estar con él. Y no puedo hacerlo.

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