domingo, 27 de enero de 2019

Eterno enero de 2019.

Este enero está siendo raro. Muy raro.Más malo que bueno, he de admitirlo. Y, sobre todo, muy largo. Se me está haciendo eterno. 

Cada día de por sí se me hace eterno, minuto a minuto. La hora y media de recorrido en transporte público para llegar desde mi casa al trabajo hace que, cuando llego, piense que hizo un siglo que me levanté de la cama (cuando hace dos horas y pico, únicamente). El tiempo allí se diría que no pasa y, lo que es peor, cuando pasa es sin que haga nada realmente de provecho. El camino de vuelta es igual de eterno. Incluso ha llegado a ocurrirme (cosa extraña) haber ido a comprar algo que necesitaba (o simplemente a ver ropa de rebajas) al salir del trabajo...y llegar a casa antes de las nueve, para ver el final de un concurso de la tele que sigo habitualmente. Y me ha resultado poco menos que increíble que el tiempo me haya cundido tanto...o se haya ralentizado de ese modo. 

Porque lo habitual es, que si hago el recorrido sin detenerme más allá de los transbordos y las incidencias en el tráfico, raro es llegar antes de las ocho. Que en una hora me haya dado tiempo a pasar por un par de tiendas tras haber cambiado la rutina calculada del transporte público, entrar en probadores, esperar cola para pagar, volver desde otras estaciones de metro o tren...es raro. Tiempo que de pronto se ha estirado como un chicle de los años 80.


Hace veintisiete días, cuatro semanas mañana, que empezó el año. Volví al trabajo el día ocho, por tanto, no llevo ni tres semanas seguidas de rutina laboral. Y me cuesta creerlo, de veras. El tiempo no puede ir tan, pero tan lento.Y tan aburrido.

El ambiente laboral llegó a estar tan sumamente enrarecido que costaba respirar. Bueno, quizás el término exacto no sea ése (allí siempre cuesta respirar: es lo que tienen los sitios sin ventilación cuyos aparatos de climatización se limpian poco y mal). Costaba hasta moverse. Todo era gente enfurruñada.  La incertidumbre laboral en que seguimos sumidos desde finales de año es cada día mayor (porque ni se hace nada, ni se deja hacer) y todo son rumores extraños que nadie sabe de dónde salen ni con qué motivos. Y que contribuyen a que el mal ambiente crezca y crezca, como un virus creando una epidemia.

Mi estado de salud tampoco es bueno. Cierto que ni siquiera me he resfriado (cuando en mi entorno todo son constipados, gripes, gastroenteritis y similares), pero siento que no estoy bien. Imagino que porque no estoy agusto con lo que hago. 
Igual debería hacer algo (empezar a moverme para encontrar otro trabajo, por ejemplo) pero la propia inestabilidad de mi actual empresa me tiene en ese impass. Esperando a que ellos muevan ficha para tomar alguna decisión. Porque el riesgo de, vale, encontrar algo que me parezca mejor (lo que conllevaría entrevistas de trabajo y tal, cogiendo días a cuenta de vacaciones) es que al irme voluntariamente de la empresa en que estoy lo haría renunciando a posibles indemnizaciones por despido (llevo casi cuatro años aquí. La cantidad en caso de despido no sería alta, porque no lo es mi sueldo base, pero algo me correspondería) y, lo que es peor: o dando un preaviso de 15 días (en mi empresa y por el peculiar cálculo de las horas trabajadas, 15 días son tres semanas) o renunciando a medio mes de sueldo. Y con el riesgo añadido de que si el nuevo hipotético trabajo no termina de funcionar (o sea, si me despiden en el periodo de prueba y no llego a los tres meses) ni siquiera tendré derecho a cobrar el paro.
Económicamente no me lo puedo permitir.


O sea, que no están las cosas para hacer experimentos. 
Cuando se cumplen años, o según se van cumpliendo, los miedos aumentan. En mi caso, las inseguridades.

Llevo dos semanas sin hablar con él. Las mismas que lleva enfermo. La garganta, su enfermedad crónica. La misma que nos ha hecho aplazar encuentros en los más de ocho años en que llevamos viéndonos con variable frecuencia.También llevo días sin saber nada de él (sin que me responda a los sms. Hace meses volví a la costumbre de enviarle besos de buenasnoches). 

Nunca dejará de preocuparme. Aunque sepa que en realidad no puede estar muy mal porque le cuidan...no puedo controlar del todo mi preocupación por él.Ni puede dejar, egoistamente, de echarle de menos.

Hoy ya es domingo. El último domingo del mes y mañana será el inicio de la última semana de enero. Y sé, desde ya, que no pasará nada importante y que el tiempo pasará, pero seguirá pasándome igual de lentamente.

El primer mes del año nunca se me había hecho tan eterno.

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