domingo, 17 de febrero de 2019

Y poco más que contar.

No escribo por puro agotamiento.
Algunos días pasan más cosas que otros. La verdad es que ninguna transcendental, pero me darían para escribir algo a diario. Y muchos días, en el transcurso de ellos, me apetece escribir. Pero...

Pero luego llego a casa, me meto en la rutina diaria de ducha-preparar algo de cena-hacer la cama (sí, yo hago la cama por las tardes-noches)-cenar-aseo/desmaquillado/cremas...y cuando ya entro en internet para revisar el correo, se me han pasado las ganas de escribir. Estoy demasiado cansada. Y termino vegetando frente al televisor hasta quedarme dormida... trasladándome a la cama a cualquier hora.
Sé que escribir me hace bien. Me ayuda a soltar lastre, a variar basura. Pero veo lo anodino de mi vida, lo intranscendente de mi presente, y lo dejo estar. Y no escribo.

Así que este es un post rutinario.

Ya es lunes en el reloj, aunque para mí siga siendo domingo por la noche. Mañana empezará otra semana laboral de mierda. Y mi cabeza volverá a repetir que no quiere ir al trabajo. No a ese trabajo. 
Pero no hay otro remedio ni otra alternativa.

Al menos, él ya está bien. O casi bien. Y eso me alegra íntimamente.

Sé que a él le dan exactamente igual mis sentimientos, porque también sé (lo tengo asumido desde hace mucho) que no tiene el menor interés en mi persona. 
Llevo dos meses sin verle. A estas alturas, vuelvo a tener claro que aquella noche y la siguiente mañana no fueron sino espejismos. Que sus planes para recuperar el contacto consistente en vernos, en quedar aunque sólo fuera para acompañarle un trecho de su trayecto de regreso a casa, intentar que quedásemos para tomarnos un café..., no eran más que hablar por hablar de algo. Como siempre fueron sus planes, en realidad. Y lo sé desde hace años, aunque me costase tanto asumir algunas realidades.

Pero ya está mejor. Y eso me hace sentirme mejor también a mí.

Penúltima semana de febrero. Luna llena en unos días.
Y poco más que contar.

No hay comentarios: