domingo, 3 de marzo de 2019

Comenzando marzo.

Hay días con aire de pesadilla. En que ya desde que despiertas todo tiene un aspecto extraño...y sabes que nada va a salir bien. Y, por mucho que te esfuerces y por mucho positivismo que le pongas, al final todo lo que pueda salir mal saldrá mal. Irremediablemente.

Cuando esos días se repiten uno tras otro, el resultado es la semana pasada.


No voy a describirla, no vale la pena: ya ha terminado. Pero el miércoles llegué a asustarme en serio: por la noche tenía las mismas (malas) sensaciones de pérdida de sentido de la realidad que el año pasado, que la primavera pasada. Esos días y esa primavera que derivó en que empecé el verano ingresada en un hospital, sin que los médicos supieran qué me pasaba (porque las pruebas no decían nada concluyente) pero teniendo la certeza de que si no me llegan a ingresar y a enchufar al suero, me habría muerto. Deshidratada y de un fallo multiorgánico, pero sin saber qué lo había producido. Porque a  estas alturas seguimos sin saberlo.
Pero todo empezó con una acumulación de despropósitos, tras meses de profunda tristeza y se precipitó en unos días en que todo parecía irreal.

Y esta semana he vuelto a tener esas mismas sensaciones.

No sé qué pasará esta semana que empieza en unas horas. 
No me voy a ponerle a dar vueltas a la cabeza.

Entre otras cosas, a mitad de semana tengo que ir a recoger los resultados de las analíticas que me hicieron el pasado viernes. Ya se verá qué dicen de cómo está mi cuerpo. 
Mi mente no está bien. Y mi ánimo está bastante bajo.
No haber hablado con él en toda la semana y las malas noticias de ayer sábado (relativas a cosas de su entorno personal y familiar que hacen que no esté, tampoco, bien) me afectan. Le afectan a mi estado anímico.

Que haga tanto calor estando en invierno tampoco me es de ayuda. 

Siento que no puedo hacer nada para cambiar lo que me hace infeliz. Y no me gusta esa sensación, no me gusta nada...
Comenzando marzo. Sin perspectivas. Sin más.

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