En unas horas, vuelta a la rutina laboral.
Como cada domingo desde hace demasiados: no quiero ir. Pero no tengo otro remedio.
Esta semanasanta tampoco he hecho nada reseñable. Bueno, ni 'no reseñable'. En realidad no he hecho nada de nada. Intendencia doméstica: limpiar, poner lavadoras, quitar el polvo, planchar. Rutina, en el fondo. O casi podría decir que lo que me gustaría que formase parte de mi rutina, porque si lo hiciera con más frecuencia significaría que tengo tiempo para hacer cosas así. No lo tengo. A veces pasan meses sin limpiar el polvo más allá de muy superficialmente, pasan semanas con la ropa doblada sobre el sofá que no uso o colgada en el pomo de la puerta del comedor porque no tengo tiempo para dedicarme a planchar.
Estoy cansada. Pasan los días y no pasa nada más.
Y ya está.
Le echo de menos.
Esta semana hemos hablado un par de veces. Ya está mejor de salud (o eso me ha dicho y quiero creerle), pero le echo de menos. Sigo echando de menos hablar más a menudo.
Echo de menos verle.
Me sigue pareciendo increíble que hubiese un tiempo en que le viera cada día, un tiempo de vernos al menos una vez por semana, de planificar casi cada semana también pasar juntos una noche (aunque luego se aplazase..., porque hasta a las cancelaciones quise llamarlas aplazamientos. Aplazamientos sucesivos, de tantas como se aplazaban de una semana a la siguiente y de ésta a otra más...hasta terminar viéndole a mi lado al despertar). Un tiempo en que tras el aplazamiento... cancelación, había una larga conversación nocturna. Un tiempo de sexo dialéctico. De planes..., o de querer soñar con planes. Desde el presente, más de cuatro meses ya sin verle, me cuesta creer que ese tiempo existió.
Mañana vuelvo a mi rutina laboral. Ésa es la única evidencia.
Luna llena de abril yendo hacia el cuarto menguante.
Yo ya no voy hacia ninguna parte.
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