sábado, 7 de septiembre de 2019

Última semana de vacaciones.

Tendría que haber escrito esta semana.
Pero estoy rara. Creo que se podría definir como 'estoy ploff' y se entenderá perfectamente a qué me refiero.


No me encuentro mal físicamente (bueno, sí: me siento cansada y a ratos me duelen los huesos o los músculos o no sé bien qué) pero tampoco estoy bien.

No madrugo (sigo sin trabajar). Me quedo dormida en el sofá en algún momento, ya casi de madrugada, y algún día me he trasladado a la cama a más de las cinco de la mañana. Me levanto sobre las diez (aunque ya estoy despierta antes) y no tengo prisa en desayunar. De hecho, algunos días me dan las 12 desayunando. Y el resto de mis horarios de comidas van en esa línea: sin demasiada puntualidad.

Esta próxima semana tengo cita en el especialista de digestivo del hospital. Nada urgente: es una cita programada desde abril, simple rutina, recoger los resultados de las dos pruebas también rutinarias que me hicieron hace un mes, escuchar cómo me echan la bronca porque no me pudieron hacer otra prueba al estar gorda cual bola de sebo (más o menos). No es nada urgente y no debería ser preocupante, pero sí estoy nerviosa. Y preocupada.

Me entretengo con las plantas. Ordeno cosas sin prisa. Planifico pequeños cambios decorativos. Leo, miro la televisión sin demasiado interés, oigo la radio sin apenas escucharla.
Dejo pasar el tiempo. Me pongo la excusa de la cita médica del jueves para aplazar la búsqueda de empleo. Pero en cuanto pase ésta ya no puedo aplazarlo más. 
Tengo que volver a trabajar.

Me hubiese gustado haber hablado con él esta semana.
Me hubiese gustado no haber estado tan cansada para poder contar lo bien que me siento tras estar con él.

Debo considerar esta semana que empieza en menos de veinticuatro horas como la última de mis vacaciones. Estas larguísimas vacaciones de tres meses que han sido estos tres meses desde que dejé el trabajo.

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