Se me había olvidado lo aburrida que era la televenta. El trabajo de televenta con automarcador.
Había olvidado lo aburrido que es. Lo alineante que es este tipo de trabajo. La sensación de 'qué hago aquí' que aparece (me aparece) a los pocos días. Sobre todo cuando en tu vida has hecho otras cosas, mucho más creativas, mucho más productivas también económicamente. Lo único positivo es el nulo esfuerzo intelectual. Porque para esto no hay que pensar: unos minutos antes del horario de comienzo oficial de tu horario laboral te conectas al aplicativo de automarcación, te pones los cascos-micrófono-teléfono, das a 'agente activo' a la hora en punto...y esperas que te vayan llegando las llamadas. El sistema marca por ti. Sólo tienes que codificarlas correctamente: 'no deja argumentar-no colabora', 'ya tiene otros seguros-tiene un producto similar con la competencia', 'ya es cliente' y alguna variante más dependiendo del producto. Y, si decide decirte que sí, leerle literalmente y sin el menor fallo (ni la menor aportación) un 'texto legal' y trasferirle a una locución (otro texto legal grabado) para que, al final, vuelva a repetirte que está de acuerdo y que va a comprar lo que le ofreces. Y pasar al siguiente en todos los casos.
La semana pasada ya me llevé los lápices de colores y hojas para colorear mandalas. Sí, esos dibujos de formas geométricas (también repetidas) que hace unos años consideraron que podían servir como terapia para adultos. Blocs de colorear sin salirse de las líneas, como cuando éramos pequeños en el parvulario o en las horas muertas en casa.
Coloreo mandalas a toda velocidad. Con lápices de colores 'plastidecor', que no hay que sacarles punta (es todo pintura). Al final les he encontrado utilidad a ese tipo de lápices de colores, que no sirven para dibujar otras cosas.
Y dejo pasar el tiempo, sin pensar en nada.
Al menos, el lugar de trabajo (la 'plataforma de callcenter', que se llaman así este tipo de sitios de trabajo) está climatizada (sin chorros de aire helado o caliente), hay luz natural (si no está nublado y anochece pronto, como estos días), no hay moqueta (el suelo es de sintasol gris con alguna loseta naranja), la luz del techo no molesta excesivamente... Y el horario es bueno. Y el barrio me resulta de lo más familiar.
Intento encontrar puntos favorables. Porque podía ser peor, siempre puede ser peor.
Me lo estoy tomando como una especie de terapia, de transición hacia otro sitio. No sé cual, francamente.
Me lo estoy tomando como una forma de recordar cómo empecé en este sector. Como un reciclaje, después de haber hecho otras cosas al menos no tan repetitivas. Recordar los orígenes y recordar que se puede salir de estas ruedas. Que hay otras cosas (no necesariamente estupendas, pero otras).
Llevaba más de siete años sin trabajar como falsa teleoperadora (no sé porqué le llaman así, cuando no 'operamos', cuando es repetir y repetir y repetir lo que otros han malredactado para leerlo al teléfono y conseguir que alguien compre un producto infumable) con sistema de automarcación.
Sé que no va a durar muchos días. Soy consciente de ello.
Igual hay a quienes les alegra o les estimula o les hace feliz que les digan lo bien que hablan (a estas alturas alabanzas así me parecen patéticas: claro que hablo bien. Extraordinariamente bien si se me compara con la mayoría de quienes me lo dicen creyendo que esto me va a suponer un estímulo añadido). Que me digan que soy muy técnica, que me adapto a los interlocutores o que empleo un vocabulario muy rico. También me dicen que tengo una voz bonita (eso no es cierto y menos por teléfono y menos aún intentando 'convencer' a un cliente. Empleo a propósito un tono algo más agudo y una dicción, perfecta, eso sí, de locución de gran almacén..., pero no suena 'bonito'). Y me dan exactamente igual este tipo de halagos. Aunque los agradezco (finjo agradecerlos) igual que doy las gracias por cualquier comentario que me hagan los responsables o superiores, tanto de corrección como de felicitación. Sonrío y agradezco. Me despido con un 'hasta mañana' y un 'gracias por todo' cada día con mi mejor sonrisa (fabricada para estos fines) y desconecto entre la visita al baño, el descenso en el ascensor de mecanismo hidráulico y la puerta giratoria del prefabricado y acristalado edificio de oficinas. Un edificio repetido en un parque empresarial de un polígono industrial a las afueras y frente a un barrio de fama marginal.
El mismo polígono donde he trabajado los últimos cuatro años y medio. El mismo polígono y en el mismo parque empresarial donde trasladaron las dependencias de televenta de la empresa donde trabajé hace 7 años, aquel traslado desde el centro de Madrid y que provocó el comienzo del fin de aquel proyecto.
Evidentemente, el mundo al final es muy pequeño.
Y cíclico.
Y yo vuelvo a trabajar dando vueltas en la rueda del hámster, sin ir a ningún lado ni poder dejar de dar vueltas. Ocho horas al día de lunes a jueves, siete horas los viernes. Treinta y nueve horas a la semana. Convenio de telemárketing.
Había olvidado lo aburrido que es trabajar como televendedora con sistema de automarcación.
Y no puedo olvidar que se puede salir de esta rutina.
Y que tengo que hacerlo.
Y, para no pensar de más y hasta que sea capaz de ver la puerta correcta de salida, seguiré coloreando mandalas con plastidecores (sin salirme del trazo negro) en el arcoiris del reino de Morgana.
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