sábado, 23 de noviembre de 2019

Hace mucho que hubo un tiempo en que no le conocía...

Hace ya mucho que aprendí y admití que nunca estaría conmigo como yo hubiese querido que estuviera: siempre. 
Que despertarme y que estuviese a mi lado sería una rareza, una excepción, algo que cada vez pasaría más de tarde en tarde. Y que un día sería la última vez. Y no sería yo quien lo decidiera.

Hace mucho que tuve que hacerme a la idea de que no era la única, ni la más importante. Y que terminé aprendiendo que seguramente ni siquiera le importaba. 
Hace casi cuatro años que aquella rutina que me hacía creerme (autoengañarme) que teníamos una relación, aquello de acompañarle al menos una tarde a la semana casi todas las semanas en su regreso a casa, yéndole a esperar a la salida del trabajo y sin importarme que a veces la espera fuese casi una hora, terminó. Sin explicaciones. Y también hace mucho que he tenido que acostumbrarme a que pasen semanas sin verle.

A veces siento que en vez de con un hombre adulto es con un adolescente con quien intento tener una relación. En vez de con alguien que puede quedar conmigo para cosas simples como tomar un café al salir del trabajo o más complejas como venirse a pasar la noche conmigo o yo irme a pasarla con él, estoy intentando quedar con un alguien que necesita que le den permiso y que tiene que estar en casa antes de las nueve. Al que no puedo llamar en cualquier momento ni presentarme a darle una sorpresa a la salida del trabajo o que sea él quien lo haga conmigo, porque sé que siempre habrá alguien controlando sus movimientos.

Yo estuve durante años con alguien que no podía decir que estábamos juntos porque él, legal y oficialmente, estaba con otra persona. Pero a veces me besaba en mitad de la calle y muchas veces nos dejábamos ver en público juntos y me consta que había más gente de la que en principio pensé que conocía nuestra relación (entre otras cosas porque su carácter incluía el presumir ante otros gallitos de que estaba con una chica más joven que él y bastante aparente). Por supuesto me habría negado de haberse dado el caso (en realidad, se dio. Y quien se negó a desmentir nada fui yo, por otra parte) pero yo existía en su vida. De una forma peculiar, pero existía. 

Hace tiempo tuve que admitir que nunca existiría en la vida de alguien con quien yo sí habría pasado el resto de la mía.  Sé que para su entorno, para la gente que le importa, yo no existo ni he existido nunca. Ni existiré en un futuro.
Con el tiempo fui admitiendo que nunca quedaremos para comer ni para cenar (lo intenté durante meses y siempre fueron excusas y negativas, incluso fue algún aplazamiento en un principio). Nunca iremos juntos de viaje. Nunca conoceré a sus amigos ni a su familia (admito que esto último nunca ha pasado por mi cabeza como posibilidad). Tampoco iré nunca a su casa. A decir verdad, a estas alturas y tantos años después de conocerle, ni siquiera tengo claro donde vive. 
Nunca estará conmigo como yo quisiera que estuviese.

Pero le veo y sé como reacciona mi cuerpo cuando le tengo cerca. Y sé que no debo pensar en nada más, que no debo hacerme ilusiones ni fantasear, y no lo hago. Y la reacciones de mi cuerpo van por su cuenta y las ignoro. 

A estas alturas y tantos años después de conocerle ya he aprendido a no esperar nada. A no desear despertarme a su lado. A saber que alguna vez por semana tendré la suerte de que me coja el teléfono cuando le llame. A que pasen semanas sin verle. A que igual no le vuelva a ver más. 
A lo que no he aprendido y ya sé que nunca aprenderé será a que no me importe. A que no me importe por encima de tantas cosas, de prácticamente todo. A que esté enfermo y me acuerde de él de forma continuada y solo quiera que esté bien.
No he aprendido a no quererle. No sé como se hace eso.

Y no quiero aprenderlo. Porque si un día lo hago y le dejo de querer le perderé para siempre. Porque sé que lo poco que aún tengo y me queda es lo que siento hacia él.
Y a estas alturas ya no me imagino la vida, mi vida, sin esperar esos pocos momentos casi mágicos en que su existencia es una realidad en mi vida.

Y es que miro hacia atrás y veo hace mucho que hubo un tiempo en que no le conocía...

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