sábado, 14 de marzo de 2020

Es todo tan extraño estos días...

Días raros. Cada vez más raros.
El viernes (ayer, para mí; anteayer para la fecha en que esto se publiqué) hubo un momento en que pensé que estaba viviendo la jornada más extraña de los últimos años. Y eso es mucha extrañeza, si tengo que hacer recuento de eso, mis últimos años de vida...


Volviendo hacia mi casa en un bus anormalmente vacío y bajo una luz vespertina extraña, con un calor de junio mientras el calendario decía que no estábamos ni a mediados de marzo, con el portátil del trabajo (y el cargador de éste, y un ratón inalámbrico, y unos cascos enormes) en la bolsa que cogí por la mañana para hacer la compra, con la compra en una bolsa de plástico del supermercado (el supermercado completamente abarrotado de gente que llenaban carritos de manera compulsiva y formaban una cola kilométrica que bordaba todo el establecimiento, quizá más de doscientos carritos con sus respectivos porteadores  y familia. Y sin darse cuenta de que en las 'cajas rápidas', las que usábamos quienes llevábamos la compra en una cesta, te cobraban en menos de cinco minutos), tras haber pasado por el banco a retirar el dinero para el alquiler (en previsión de que esta próxima semana ni siquiera estuviesen abiertos) y ser atendida por un cajero con mascarilla y guantes de latex, viendo colas de gente en la puerta de los estancos y barricadas a la entrada de las farmacias... Y una sensación como de sueño, de absoluta irrealidad...

No sé si mi nuevo trabajo me gusta o no. 
Quizá mi mente se está preparando para que todo termine antes de haberme acostumbrado. La actual situación del país (estado de alerta por el coronavirus, algo que roza con el estado de sitio a partir del lunes) no es la mejor para el tipo de empresa que es. Y el viernes también pensé que, al parecer y por las reacciones del personal, yo era la única que me estaba dando cuenta.

Me tengo que cuidar. Como siempre, me tomo completamente a la ligera todo lo relacionado con mi salud (o eso parece) pero soy consciente de que pertenezco a un grupo de riesgo. Yo no puedo enfermar porque no puedo tomar medicamentos.

Pero el lunes intentaré llegar al trabajo. Aunque me traje el portátil (en realidad, volví a por él estando ya en la calle, a punto de coger el bus) mi idea es seguir yendo a trabajar a la oficina. Así que atravesaré Madrid cargada con el portátil, el cargador, el ratón inalámbrico, el enorme casco telefónico... Un Madrid que intuyo fantasmal, con tiendas cerradas, con bares cerrados, con la gente caminado sin formar grupos y respetando el metro mínimo de distancia entre personas.

Raro. Todo es raro.

También intuyo que mi relación con él ya no existe.
Que estoy viviendo, o ya he vivido sin siquiera saberlo, los últimos días de esta relación que sólo me importó a mí. 
Que diez años son muchos, demasiados. Incluso cuando sólo para mí han sido eso, diez años, porque para él no sé lo que he sido (si he sido algo) ni si lo fui alguna vez.

Da igual. Es todo tan extraño estos días...

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