Días tremendamente complicados. No valgo para estar encerrada. Me acostumbraré (como a todo) pero me cuesta mucho, pero mucho.
Me digo que podía haber sido peor. Al fin y al cabo, vengo de unos meses (muchos) en que he estado sin trabajar y, por tanto, pasando más tiempo en casa del habitual. Pero tampoco me consuelo gran cosa con esos razonamientos.
Encima no soy capaz de aprovechar el tiempo. No hago nada en todo el día. Duermo fatal, me dejo llevar por el sueño tumbada en el sofá, me desvelo en la cama, me vuelvo a dormir cuando ya ha amanecido, me levanto a más de las nueve... Y recuerdo que no tengo nada que hacer. Y no me apetece hacer nada.
Y pasan los días.
No hablo (escribo) de él. Pero le echo mucho de menos.
Llevo tres meses y medio sin verle. No es la primera vez que paso tanto tiempo sin que nos veamos (de hecho, es casi normal), pero al menos en otras ocasiones estaba esa esperanza, esa promesa a base de cancelaciones y aplazamientos sucesivos de 'a ver si la semana que viene'. Ahora ya no hay ni eso. Ahora, simplemente, no sé cuando volveré a verle. Ni siquiera si volveré a verle en algún momento.
Voy convenciéndome de que esta situación va a terminar definitivamente con la relación que, aún, mantenemos. No sé porqué lo siento así, pero...lo siento.
A mí me gusta mucho abrazarle. Siempre me ha gustado.
A él no le gusta que le toquen. Sé que tampoco le gusta que le toque yo.
Cosas tan simples y tan fáciles de contar como ésa.
Hace tiempo dejé de decirle que le quiero.
Nunca le gustó que se lo dijese.
No ha conseguido que deje de abrazarle cuando estamos juntos. Pero sí que le diga que le quiero. Aunque sigo queriéndole. Aún sigo queriéndole.
Mi último recuerdo de él es que le abracé. En Atocha, antes de que avanzase para cruzar la calle y que le pasasen a recoger.
No le abrazo en público: fue una excepción. Tampoco le he besado nunca en público, y sé que no lo haré nunca. No le gusta.
He aprendido a no decirle que le quiero. He aprendido a acostumbrarme a echarle de menos. He aprendido a entender que si no le llamo no voy a hablar con él (y que llamarle tampoco garantiza que hablaré con él, por descontado).
Siempre tuve una inconmesurable y admirada capacidad de aprendizaje. Y me gustaría no haberla tenido.
Llevo muy mal esta situación.
No sé estar encerrada. Pero terminaré aprendiendo.
Y no quiero.
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