El viernes, la máquina de hacer zumo de naranja del hípermercado ya estaba en funcionamiento.
Por la tarde, una tienda pequeñita de ésas que venden chucherías y algún comestible, que tengo frente a casa, había abierto.
En el primer caso, la máquina había dejado de funcionar la tercera semana de marzo. No se podía usar algo que se tenía que tocar libremente, aunque solo sea para poner la botella y que caiga el zumo que la máquina va extrayendo de las naranjas que se acumulan en su cajón superior.
En el segundo, cerraron a principios de marzo. Por teóricas vacaciones, imagino. Aunque hará más de diez años que entré en ella, deduzco que sigue regentada por ciudadanos de origen chino: fueron los primeros en cerrar las tiendas.
Son dos detalles mínimos.
A veces compro zumo recién exprimido, aunque no me es imprescindible.
Si la tienda de chuches no hubiese vuelto a abrir, o si en cualquier otra circunstancia hubiera cerrado definitivamente, no me habría supuesto ni siquiera una anécdota. No soy clienta.
Pero en situaciones como la actual..., los dos pequeños cambios me parecieron un acontecimiento. Mucho más que ver como la calle se llena de bicicletas a partir de las ocho de la tarde y de niños en cualquier hora del día.
Detalles de vuelta a la normalidad, poco a poco.
Los días siguen siendo muy raros.
Estoy cansada y deprimida.
Me siento muy sola.
Pero sé que si se me antoja, puedo volver a comprar zumo de naranja recién exprimido y gominolas metidas en una bolsita de plástico transparente. Y que detalles como ésos también significan que algún día volveremos a la normalidad.
A algún tipo de normalidad.
Aunque también sé que yo no volveré a ser la que era hace un par de meses. Algo en mí se ha perdido en el camino estas semanas.
Y sé que no volverá, volveré, a ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario