lunes, 8 de junio de 2020

Principios de junio. Esas fechas en que el mundo suele empezar a acabárseme.

Tal día como ayer, hace un año, me despedían del trabajo. 
Tal día como hoy, hace dos años, me ingresaban en el hospital.

Un trabajo que se me daba bien y en el que casi todo el mundo me consideraba imprescindible e inamovible (yo no). Y en el que perfectamente podía haber terminado jubilándome.
Un ingreso hospitalario de urgencias porque mis análisis decían que me estaba muriendo. Aunque yo no lo sintiera así. 

Prácticamente llevo un año sin trabajar. Cosa totalmente inaudita en mi vida. Mis vacaciones más largas. Una breve experiencia a finales del año pasado, la firma de un contrato indefinido a principios de marzo, entrada en un erte la segunda semana de abril...
Todavía no saben qué tuve, pese a estar tres semanas ingresada con analíticas diarias, tras dos meses y pico de baja médica, tras más controles y analíticas rutinarias posteriores y tras una recaída de la que pasado mañana hará un año (aunque esta vez no necesité hospitalización).
No era la primera vez, ni la segunda..., ni la tercera en que el comienzo de junio ponía mi vida patas arriba. Mes de terminar cosas que creía más o menos estables, mes de empezar otras por sorpresa. 

Y este año..., no sé. Este año y en estos días estoy cansada. Cierto que ya mi erte está ya a tiempo parcial (oficialmente estoy a un 30% de contrato, extraoficialmente se supone que la empresa me pagará el 50% del sueldo que tengo en contrato, en la práctica estoy trabajando a jornada completa. Todo voluntario. Todo raro) y que también ha sido a principios de junio, el día 3, cuando cambió también esta situación que podía haberse alargado (también por compromiso y comunicación del sistema público de empleo) hasta principios de agosto. 
Teletrabajo. Y no me apaño. Y eso hace que trabaje más horas de las que debiera. Y me estreso. 

Y..., y hay más cosas. Pero está esa premisa de que cuando no se habla de algo, cuando algo no tiene nombre, ese algo no existe.

Principios de junio.

Hace 17 años, la noche del 08 al 09 de junio, soñé que se terminaba el mundo. Y que lo estaba viendo en directo. 
Al día siguiente parte de mi mundo empezó a terminarse.

Estoy cansada. Y no quiero, o quizá no puedo, asumir que también ahora parte de mi mundo se está desmoronando ante mí. A veintitantos kilómetros y un río de distancia.

No hay comentarios: