No me gusta teletrabajar.
No, cuando encima se supone que trabajo en una empresa donde deberíamos tener una cierta libertad, donde seguro que hay quienes se conectan a los programas...y no hacen nada en todo el día, donde incluso hay quienes presumen de hacerlo. Y yo, en cambio, me engancho de tal modo que siempre pienso que estoy trabajando poco (haciendo menos gestiones, menos llamadas, cogiendo más pausas administrativas, siendo menor productiva...). Y paso horas sin moverme de enfrente de la pantalla (cuando sé que hay quienes ponen lavadoras, escuchan música, salen al balcón, se van a comprar dejando el equipo encendido) y casi me autocontrolo los necesarios paseos al baño.
No me gusta teletrabajar.
El pasado viernes tenía que hacer una inaplazable gestión bancaria (algo que no había podido hacer entresemana por el cambio de horario de apertura, debido a las fusiones entre entidades). Vivo justo enfrente del banco en cuestión: diez minutos entre ir y volver. Tardo tan poco que hasta me acerqué a una tienda también cercana para comprar un poco de pan para desayunar... A la hora en que habitualmente empiezo a trabajar en la oficina, ya estaba oficialmente conectada y trabajando.
Media hora más tarde, me di casi una carrera hasta la cocina para servirme un vaso de zumo.
Una hora más tarde, recordé que no había tomado café y preparé la cafetera. Dos o tres minutos.
Quizá tardé otra hora en poderme servir un café y coger unas galletas.
Casi a mediodía no había terminado de tomarme el café. Por descontado, no desayuné el pan que había comprado expresamente para tostar.
Y todo así.
No me gusta teletrabajar.
Por mi horario oficial, debo desconectar entre las cuatro y media y las cinco de la tarde. Y puedo coger media hora de pausa para comer, aparte de ir al baño, a la cocina a servirme los cafés que quiera, coger pausas presuntamente administrativas para hacer lo que me venga en gana (las pausas que en la oficina se cogen los compañeros que fuman para salir a la terraza a hacerlo, por ejemplo).
Yo suelo comer cualquier cosa mientras sigo trabajando. También en casa. El viernes tardé una hora en comer unos cuantos macarrones con tomate, mientras seguía haciendo cosas en el portátil profesional.
El viernes eran las seis de la tarde cuando estaba manteniendo la última conversación comercial con un cliente. Lo recuerdo porque fui con el portátil hasta el dormitorio, los cascos-diadema enganchados al mismo, y recuerdo esa hora en el reloj-proyector. No sé para qué fui al dormitorio: supongo que a buscar algo porque mi idea era irme a la compra tal y como terminase de trabajar.
Imagino que me iría sobre las seis y media. Y regresé a poco más de las ocho de la tarde.
Y como no había guardado el portátil (se quedó cargando batería), en algún momento volví a encenderlo (sin la conexión telefónica que justifica que estamos trabajando) y seguí ordenando cosas...
Eran las más de las once de la noche cuando me di cuenta de qué hora era, que no había cenado (ni me apetecía), que no había terminado de guardar la compra.
Creo que freí alguna cosa: unos calamares, un par de croquetas congeladas... Y, ya apagado el portátil (pero no guardado) me tumbé en el sofá como si fuese media tarde, a ver un rato la tele. Eran más de las doce de la noche.
Creo que me quedé dormida sobre la una, una y media. Eso de cerrar un momento los ojos y...
Me despertó el ruido de subir una persiana o recorrer unas cortinas, en el salón del piso de al lado. Era de noche, la tele se había apagado sola. Sentía algo de frío.
Me trasladé a la cama. Supongo que pasé un instante por el baño.
Creo que vi en el reloj-proyector que eran más de las siete de la mañana. La hora en que habitualmente me levanto para ir a trabajar. Pero, afortunadamente, era sábado..., por lo que no tenía que irme tras haber dormido en el sofá.
Cuando volví a abrir los ojos, me pareció que pasaba de las diez y media de la mañana. Lucía el sol.
Volví a fijarme en la hora: en realidad eran las doce menos veinte.
No recuerdo cuando me levanté tan, pero tan tarde.
No recuerdo cuando estuve tan cansada como el pasado viernes. Y con una sensación tan enorme de inutilidad, de no haber parado en todo el día para no haber hecho absolutamente nada de provecho.
No me gusta trabajar en casa.
Si no viviese a hora y media larga del trabajo, me iría a la oficina también los viernes, el único día en que podemos teletrabajar (ahora ya van un par de compañeros). Porque al menos allí no tengo esa sensación ridícula de que me están controlando en mi propia casa, allí llega mi hora de salida y me voy, sin opciones de encender de nuevo el portátil a deshoras.
Cada día estoy más desilusionada con este trabajo en que puse tanto empeño en mantener.
Cada día estoy más desilusionada con la gente con que trabajo.
Cada día le encuentro menos sentido a mi vida actual. No solo en lo relativo al trabajo.
Mañana empiezo la última semana laboral de octubre. Presunta fiesta de jalogüin incluida.
Y no tengo la más mínima gana. Y no voy a poder evitarlo.
Y sé que ni las horas que eché de más el viernes (ni las que añadí el sábado por la tarde) van a figurar por ningún lado. Cansancio improductivo.
Agotamiento inútil.
(Y esa forma, casi permanente, absolutamente inevitable, de seguir echándole de menos...)
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