miércoles, 8 de diciembre de 2021

Invisible.

 Un largo 'puente' de tres días en el que no he hecho nada.

En realidad, no he trabajado pero sí lo he hecho. El lunes tenía un contrato para cerrar (sí, el lunes festivo. Una de las dos fiestas nacionales patrias) y ayer martes tenía que hacer un par de llamadas...y al final otro contrato sorpresa y al margen de esas dos llamadas más o menos programadas me tuvo conectada casi hasta la seis de la tarde.
Total, tampoco tenía nada mejor que hacer.

Estoy cansada. Me siento vieja. No me lo paso bien en el trabajo ni me proporciona más allá de un sueldo con el que llego justa a fin de mes. Pero que tampoco puedo dejar porque no veo alternativas. Porque tengo un contrato indefinido en un trabajo que tampoco me supone grandes esfuerzos (no es tampoco cómodo ni fácil, pero ya digo que no me supone esfuerzos. El agotamiento es más de puro aburrimiento) y no estoy en edad de poder dejarlo y encontrar enseguida otro.
Absoluta falta de motivación y de estímulos. 

Mañana tengo que ir a trabajar de manera presencial. Cargar con el equipo informático para volver a cargar con él de vuelta por la tarde, porque el viernes teletrabajo.
Y, además, con conflictos por resolver. 
Y con las vacaciones navideñas sin aprobar. A estas alturas.
Y viendo como se contrata a diario. Y como se despide gente. Gente que, como yo, están con jornada completa (los nuevos contratos son a tiempo parcial). 
Pese a estar, a estas alturas del mes, prácticamente al 90% de alcance de los objetivos mensuales, sé que mi continuidad peligra. Y que da igual si cumplo sobradamente con mi horario, si no soy nada conflictiva, si intento aportar: no sé si llegaré a finales de año.
Y tampoco me preocupa especialmente. El problema es ése: que me da igual.

Nunca he tenido una falta de proyectos, de ilusiones, de planes tan enorme como ahora. 
En realidad, no tengo ninguno.
Miércoles festivo. Y esta tarde he ido al centro, a hacer unas compras, con el pantalón de chándal, una sudadera que empieza a ser vieja, sin maquillar ni peinar, sin ni siquiera ponerme pendientes.
Como quien de pronto, cuando está en casa y a punto de ponerse el pijama, recuerda que no ha bajado la basura y lo hace en una escapada rápida, sabiendo que no se va a encontrar con nadie.
Pero este miércoles festivo eran miles de personas las que llenaban Madrid. 
Y yo, con pantalón de entre chándal y pijama, sudadera casi vieja, deportivas de hipermercado, chaqueta de lana, sin pendientes ni sujetador ni maquillaje...simplemente era invisible.

No hay comentarios: