No sé cuantos días llevaba sin ducharme.
Literalmente. Ni siquiera puedo afirmar que fuesen muchos, que fuesen varios. Sé que ayer no lo hice. Y quizás anteayer tampoco. ¿El martes? No lo sé con exactitud. Ni siquiera podría afirmar que lo haya hecho esta última semana. Pero tampoco negarlo.
Sí sé, en este momento, que me he duchado hace unos minutos.
Tampoco sé cuando pasé la aspiradora por la alfombra la última vez. Sí creo que puede haber sido hace un par de semanas.
Las sábanas esperan ser planchadas desde mediados de noviembre.
Y mi entorno, físicamente hablando, es un desastre. Limpio el baño, tampoco a diario, pero está limpio. Pero no ordeno ni recojo nada. Tengo ropa amontonada sobre el baúl del recibidor. Cojo de ahí las bragas y los calcetines que, eso sí, me pongo limpios a diario, Suelo dejar la ropa, tras quitarla de las cuerdas del tendedero, sobre ese baúl. Y desde ahí la clasifico: doblo y amontono lo que se guarda sin planchar, coloco en perchas o sobre los respaldos de las sillas lo que hay que planchar, guardo en sus cajones las prendas...
Llevo semanas sin hacerlo. De hecho, no recuerdo cuando lo hice por última vez.
Me da exactamente igual mi aspecto físico. Sí me cambio de ropa a diario, pero me importa poco lo que llevo. Supongo que combino las prendas por puro instinto, por el hábito adquirido de tantos años cuidando ese aspecto.
También amontono prendas sobre el piecero de la cama, en el taburete vietnamita. Prendas que me he puesto una vez, o tres. O igual ni siquiera me he llegado a poner. Prendas hasta del verano, que aún no he guardado y que, seguro, primero tendré que lavar porque no sé si me las habré puesto alguna vez o si están ahí tras haberlas lavado y no haberlas guardado.
No me maquillo. Solo algo de khol en los ojos y rímel en las pestañas. Y simplemente para evitar restregarme los ojos.
Mi vida se limita a un ir y venir de casa al trabajo, ida y vuelta. Sin más. Con la rutina de entrar a comprar algo en el supermercado que me pilla de paso entre la estación de tren y mi casa.
Leo. Llevo un libro en el bolso y leo mucho en los trayectos. Veo poco la tele y apenas me entero de lo que veo. No escucho música. Casi me obligo a salir a la terraza en algún momento del fin de semana a regar las plantas. Cada vez tengo más plantas, porque también sé que en ocasiones he comprado alguna más en el mismo supermercado donde compro comida al pasar ante él.
Las semanas se repiten. Muchos días apenas como. O, mejor dicho, como fatal. Cualquier cosa para salir del paso a mediodía, cualquier cosa para creer que he cenado. Cada vez me sobran más kilos. No sé cuantos, pero sé que muchos.
Y me da igual.
Supongo que cuando todo esto pase, porque también pienso que pasará, podré retomar mi vida. O lo que era mi vida en algún momento.
Pero ahora lo único que sé es que estoy pasando la peor depresión de mi vida.
Y de momento soy capaz de reconocer eso, al menos.
Al menos en algunos momentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario