jueves, 23 de diciembre de 2021

Y todo da igual.

 Terminar el año no significa nada, realmente. 
Cambiar de calendario. Pasar del último día del último mes al primer día del nuevo primero mes.
Como todos los años. Uvas para salir del año. Concierto de Año Nuevo en la televisión. Lentejas para comer. 
Y empezar de nuevo. 
Y realmente no empezar nada. Seguir con la misma rutina.

2020 fue 'el año de la pandemia'. De los confinamientos. De una situación anómala, global pero anómala, que nos pilló a todos por sorpresa y donde tuvimos que improvisar, porque nunca había ocurrido algo similar y nos pilló absolutamente de improviso.
Pero existía la esperanza. Salir de aquello y recuperar esos meses perdidos y raros.

2021 ha sido 'el año de las pérdidas'. 
Hablo por mí. Mi año de las pérdidas irrecuperables. Del cambio total de lo que había sido mi vida durante los últimos años. O de lo que marcó el ritmo, las pautas de mi vida durante años. 
Y no me queda esperanza. 

Tendré que hacer repaso del año en algún momento. 
Pero ni de eso tengo ganas. 

Empiezo mis vacaciones. O, mejor dicho, los días de vacaciones que me quedaban 'pendientes de disfrutar' este año. De hecho, me he reservado uno que puedo coger hasta abril..., y no sé porqué lo he reservado, si no tengo planes. Si me da igual. 

Estoy mentalmente agotada. Y creo que también físicamente. 
Ayer cerré un momento los ojos tras tumbarme en el sofá. Poco más de las nueve de la noche, informativo en el televisor. Mientras pensaba que debía levantarme en un rato para cenar algo, terminar de ordenar la compra, lavarme la cara y darme algo de crema...
Cuando los abrí, era la una de la madrugada. En la televisión, uno de esos absurdos realitys de los que no soy seguidora. Traslado a la cama, supongo que previo paso por el baño. Desvele. Conseguir dormirme en algún momento...

Y así es mi vida cotidiana. Y no hay más. 
Y no lo va a haber. 

Veinticuatro de diciembre a estas alturas ya de la madrugada. Nochebuena. 
Y todo da igual.

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