Lunes. Casi once y media de la mañana.
No he hecho nada ni tengo ganas de hacerlo.
La jarra amarilla con el café del desayuno, a medias, se enfrió hace un rato. Ante mí tengo el caos de la mesa baja del salón: varios vasos, la caja abierta de galletas (que ni siquiera sé si tiene dentro alguna), la jarra de agua que hace días que no uso, un par de bolsas de snacks y otra de chuches (de ésas que al cabo de los días terminan en la basura porque los snacks se resecan o cogen humedad y las gominolas se ponen duras como piedras), papeles, dos minitubos de pegamento instantáneo secos, una de mis cámaras de fotos, un dragoncito de goma antiestrés, unos cascos con micrófono... Seguro que más cosas que, con el portátil sobre las rodillas, no alcanzo a ver.
No tengo ganas de hacer nada.
Hace días que no reviso las páginas de ofertas de empleo. Creo que, no sé si consciente o inconscientemente, he dejado la búsqueda hasta pasada la navidad. Que dos ofertas que atraían mucho no hayan cuajado me produjo un considerable bajón anímico. Que la única oferta para la que me confirmaron que me querían en su plantilla sea de una empresa que está tan, pero tan lejos de mi casa (además de que es un trabajo comercial con objetivos casi inalcanzables) me hizo aplazar la decisión de trabajar con ellos.
Y no me apetece hacer nada.
Y no solo me refiero a ponerme a buscar trabajo. Nada en general.
En la cocina me esperan cacharros para fregar. Realmente nada está sucio-sucio: son platos donde trasladé comida, jarras y tazas de desayuno que enjuagué tras el uso pero no llegué a enjabonar, un par de cacerolas donde he hervido verduras, la túrmix que dejé enjuagada y llena de agua el sábado por la noche... Pero todo ese conjunto llena el fregadero, la encimera, parte de los fogones de la cocina... Sé que en media hora todo estaría limpio y escurriendo en el seno derecho del fregadero. Sé que en una hora todo estaría guardado en sus respectivos estantes. Pero no tengo ganas de hacer nada. Y por eso están ahí desde hace días, acumulándose.
Sobre el baúl-asiento del recibidor se acumulan revistas dominicales para revisar-tirar. Y ropa, la ropa que lavo y tiendo en el tendedero de la cocina y que dejo ahí cuando ya está seca, para doblar y guardar. Hay prendas que llevan ahí semanas, que pasan de las cuerdas a mi cuerpo, que vuelvo a lavar-tender-dejar provisionalmente ahí. El centro de planchado (plancha con calderín) está a los pies del sofá desde el sábado, en que di un repaso antes de ponerlas a las sábanas recién lavadas y secas antes de la tormenta. Hay varias camisas-camisetas planchadas y colgada en perchas, enganchadas éstas en el picaporte de la puerta del comedor. Algunas semanas la plancha parece parte del decorado del salón: simplemente no lo guardo aunque tampoco lo vaya a utilizar. Para doblar-guardar todo esto solo necesitaría media hora de tiempo. Tiempo que me sobra como nunca me había llegado a sobrar. Pero no hago nada.
Duermo mal. Me duermo en el sofá, me traslado a cama previo paso por el baño antes de meterme en la cama, a veces a punto de amanecer. Me desvelo. Me empeño en volver a dormir, casi con sentimientos de culpa porque me digo que quién sabe cuando volveré a tener la oportunidad de levantarme tarde. Pero si luego me levanto a más de las nueve, también tengo sentimientos de culpa por estar en la cama tan tarde...con la cantidad de cosas que tengo pendientes para hacer, cuando quién sabe cuando volveré a tener tiempo para dedicarlo a ordenar-recoger-limpiar a fondo.
Nunca he estado tan horrible físicamente. Hinchada, uñas sin pintar, raíces en el pelo. Me duelen los pies a poco que haga. Me duelen las articulaciones. No sé dónde quedó aquella que fui.
Doce del mediodía, acaba de decir la radio. El café ya estará completamente frío en la jarra de color amarillo.
Sigo con la camiseta de manga corta con la que duermo. Al otro lado del ventanal de la terraza, que está abierta, el cielo está cada vez más gris. Este casi invierno que apenas parece otoño.
Me rodea el caos. No tengo ganas de hacer absolutamente nada.
Y la vida, ese tiempo que no vuelve, pasa a mi alrededor sin que yo sea capaz de convertirlo siquiera en recuerdos.
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