Cuando las cosas no van, pues no van. Y es un esfuerzo tan absurdo como inútil intentar que cambien y empiecen a funcionar.
Son demasiados años de experiencia y experiencias, de darme cabezazos contra muros que no se iban a caer por muchos golpes que les diera (y lo sabía). Por tanto...sé que da igual.
Las cosas no van a cambiar a mejor.
Vivo en estado de permanente cansancio. Llego al sábado agotada. Y los sábados me agotan aún más, puesto que debo destinarlos a intentar hacer lo que no me da tiempo a lo largo de la semana: intendencia doméstica, compra semanal, riego y cuidado de las plantas de la terraza. Esas cosas. Y llego a la noche y si me tumbo en el sofá me quedo dormida aunque no haya madrugado.
Y los domingos me despierto ya cansada. Y no me cunde el tiempo.
Debería escribir sobre otras cosas. Detallar en qué consiste este nuevo empleo que no me gusta. Hablar de él, de quien no sé nada desde hace casi dos semanas (más que hablar de él, hablar o escribir de lo mucho que me preocupa...y de cómo y porqué sé que ya no hay absolutamente nada entre nosotros).
Esas cosas que un día compusieron este diario que tampoco va hacia ningún lado.
Debería escribir sobre esas cosas. Pero son más de las doce de la noche del domingo al lunes. Y debo pasar por el baño, lavarme los dientes, ponerme la camisola de dormir, meterme en la cama. E intentar dormir para poder afrontar otra semana idéntica a las anteriores.
Semanas en las que la única novedad es que cada día anochezca unos minutos más tarde que la anterior.
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