sábado, 18 de mayo de 2024

Día tras día. Noche tras noche.

 Pasan los días. Cada uno con más minutos de luz solar que el anterior: vamos hacia el verano.

La primavera está teniendo eso: clima de primavera. Una rareza en una ciudad como Madrid, donde no existe el llamado 'entretiempo' y donde se pasa del calor al frío viceversa. O igual esto ya no es tan cierto porque llevamos años casi anclados en un larguísimo entretiempo que pasa a ser calor estepario durante entre dos y tres meses y en el que llamado invierno es casi testimonial: no más de quince días y no siempre seguidos. 

Este año apenas hemos tenido invierno. Algún día suelto. Y el calor empezó a mediados de marzo, aunque luego se han ido intercalando días de treinta grados y días de quince. Días de lluvia, días con granizo, días de viento. Días de todo a la vez. 

Seguramente muchos días lo han sido de arcoiris en el cielo. Pero me los he perdido. 

Paso cerca de doce horas fuera de casa. Ocho de trabajo, cerca de una de la llamada 'pausa de comida' en que suelo salir a pasear porque ocho horas sentada es una barbaridad para mi salud. Entre dos horas y media y tres de trayectos casa-trabajo-casa. Vivo con la sensación de no hacer nada de provecho (en realidad, no es una sensación: no hago nada de provecho). Sé que estamos a mediados de mayo porque lo dicen los calendarios, pero nada más. No sé qué he hecho con mi vida estos cuatro meses y medio que llevamos de año. 

Cuando llego a casa suelen ser más de las ocho y media de la tarde. Me descalzo, me siento un momento en el sofá a ver terminar un concurso que me gusta (hay días que ni le presto atención, de puro cansancio). Empieza el informativo, veo los titulares mientras me quito pendientes, anillos, collar si lo llevo y voy al baño a lavarme las manos si no lo he hecho nada más llegar y quitarme los zapatos. Planifico una cena rápida (a veces ya tengo preparado puré de verduras del día anterior, gazpacho en esta época del año). Me quito la ropa y me pongo una camiseta grande. A veces me ducho antes de cenar, a veces simplemente me desmaquillo. Siempre aprovecho para terminar de hacer la cama (por las mañanas solo la estiro). En algún momento preparo la ropa que llevaré al día siguiente (muchas veces la elijo entre prendas que ya están en la silla, el piecero de la cama, prendas que llevé días atrás). Ceno frente al televisor encendido, sobre las diez de la noche. Ducha rápida si no me duché antes de cenar. Yogur, a veces algo de chocolate. Intento acordarme de que debo darme alguna crema en la cara (no siempre lo hago). En algún paseo activo la tecla que hará sonar el despertador a las ocho menos cuarto. Preparo los pendientes, colgante, calcetines y bragas que me pondré al día siguiente. A veces olvido llevar a la cocina el plato de la cena o la tarrina vacía del yogur. En esta época empiezo a tener siempre una jarra de agua para ir rellenando el vaso. Antes de las doce ya estoy tumbada en el sofá mirando el televisor. 

En algún momento cierro los ojos en un corte publicitario para descansar la vista. Los abro y sigue la película o el concurso. Los abro y hay un programa de teletienda o un cantante desconocido. Madrugada. Me traslado a la cama.

Día tras día. Noche tras noche. 

Eso es mi presente. 

Y nada más.

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