sábado, 29 de junio de 2024

"En sus ojos un barco..."

 Creo que la última vez que le vi, hace ya diez meses, en realidad tuve claro que sería la última. Que en realidad había quedado conmigo porque no supo inventarse excusa para no acudir y ya está.

Hora y pico en que mi percepción es que estaba deseando irse. Que simplemente había quedado para decirme que se iba a vivir lo más lejos posible (a esa vivienda comprada 'en familia' y como segunda residencia un par de años antes, a la que en su día me repitió que solo iría de vez en cuando y que incluso le venía bien que existiera porque si su familia se iba a pasar los fines de semana él los tendría libres. Y podría dedicarlos a hacer otras cosas sin plazos ni hora de regreso. Y podríamos vernos más… Y yo lo creí, claro. Si de él me creía lo increíble…cómo dudar de algo tan sencillo). Que seguiría viniendo a Madrid porque, total, era apenas una hora: ir hasta la estación de Segovia, coger el tren hasta Chamartín y desde allí… Que claro que seguiría viniendo e incluso igual más fines de semana de los que pensaba, porque tendría más libertad…
Pero estaba deseando irse. Frente a mí y como en la canción: 'en sus ojos un barco pasa de largo'. 
Casi 40 años he tardado en saber en qué justo momento esa canción sería parte de mi vida. 
Hubiera preferido haberme equivocado y que no lo fuese nunca.
Aquel día vino con unos pantalones de chándal y una camiseta roja. Vestido como para estar en casa, en la suya del campo, pero para ver y dejarse ser visto en pleno Madrid por alguien que llevaba sin verle más de diez meses y con quien, en teoría, mantenía una relación. O la había mantenido.
Vestido para no gustar. Aunque a mí me gustase de cualquier manera.

Aquel día se fue poco menos que huyendo.
En cualquier otra persona, hubiese dicho que su comportamiento era el de alguien casado o comprometido, alguien que teme que le vean con quien no debe estar. Alguien que ha dicho que iba a tal tienda o a tomarse un café a solas o a quedar con su colega Paco, sí, ese amigo de toda la vida…, pero que en realidad ha quedado con otra persona. Y esa persona, en este caso, era yo.
Alguien con quien mantenía una relación desde hacia más de doce años.

Nos fuimos con prisa (suya) de la terraza del bar donde solíamos tomar café cuando quedábamos desde hacía tres o cuatro años antes. Pagué (me dijo que no llevaba efectivo, que podía pagar con tarjeta... Me resultó raro que dijese eso. No por el hecho en sí, que daba igual, sino porque desde siempre pagábamos de manera indistinta y ni se me había ocurrido otra opción que pagar yo y punto. Como muchas veces y sin la menor importancia. Que se justificase innecesariamente me chirrió. Aún no sé por qué).

Tenía mucha prisa. Mucha.

Desde antes de llegar a la estación de Atocha vi como iba mirando a ver si veía a quien le tenía que recoger. O eso pensé: a ver si le o la veía.
Hoy tengo más claro que en realidad iba fijándose a ver si ese alguien aparecía antes de tiempo y nos veía juntos. Yo no tenía que estar allí.
La verdad es que en esos momentos yo estaba en estado de shock: me acababa de enterar de que se iba lejos, a vivir lejos. No de inmediato, quizá a finales de año. Pero se iba. Y aun así…esa actitud… Porque me estaba dando cuenta de que algo no era normal. O sí lo era, pero no en él. No en quien yo seguía creyendo que era.

Muchas otras veces le recogieron cerca de la estación de Cercanías. De hecho, cuando dormía en mi casa o cuando, las últimas veces, pasamos el mediodía y parte de la tarde juntos también en mi casa y luego yo le acompañaba hasta Atocha, salía con él a la calle y esperábamos. Y cuando veía el coche que le iba a recoger (siempre unos metros más allá, o al otro lado de la calle. Nunca cerca de donde estábamos) nos dábamos dos besos de despedida y se iba.
Ese último día no fue así.
Estábamos llegando a la estación cuando me dijo que 'mejor nos vamos despidiendo ya y así no lo hacemos con prisa'. O algo similar. Y nos dimos dos besos rápidos de despedida (jamás le pude besar en los labios en púbico. Jamás. Ni hizo intención de besarme a mí. Sí: eso tan propio de quien tiene una pareja oficial, tú eres la otra y, horror, no me vaya a ver algún conocido. Siempre fue así. Y yo terminé viéndolo normal...aunque en teoría él no estaba con nadie: soltero, sin novia, sin ex, sin hijos...Sin motivos para ese comportamiento tan de manual del perfecto infiel).

A partir de ese momento y tras esa frase…directamente me ignoró. Seguí caminando a su lado, seguí escuchándole hablar (algo sobre el tipo de coche que iba a recogerlo. Al parecer quien lo iba a hacer había cambiado de coche…, cambiar no sé con respecto a qué otro, puesto que yo nunca tuve ni idea de qué coche le recogía ni de quien, aunque en teoría era su hermana o de su hermana y el conductor, su cuñado. Hoy ya sé que no era así) pero ya ni me miró. Ignorancia absoluta. Supongo que para que si le veían no me viesen a mí, y si me veía, que fuese una transeúnte más de la zona, alguien coincidiendo en tiempo y lugar, pero totalmente ajena a él.
Porque esa mañana y para quien iba a recogerle, no había quedado conmigo, obviamente.
Y yo no estaba con él. No podía estar allí.

En esos momentos no supe ponerle nombre a las cosas. También, ya digo, porque estaba afectada por la noticia, porque cuando dejé de tenerle a la vista (poco menos que salió corriendo en cuando divisó el coche que buscaba y no creo que me dijese nada más o no lo recuerdo. No me dejó sola porque ya lo estaba. Porque no estaba conmigo desde hacía un rato) yo estaba muriéndome de pena y solo quería llorar.
Me dejaba sola una vez más. Sola y con ganas de llorar. Como otras veces en la cama, cuando yo llevaba un rato toqueteándole y se levantaba y se iba a fumar al salón y no volvía, y yo seguía esperándole desnuda en la cama. Y no volvía y yo me secaba las lágrimas con la sábana e iba al baño a lavarme la cara, mientras él seguía solo en el sofá.
Pero sobre eso ya escribiré otro día.

En realidad, ese último jueves de agosto volvía a hacerme lo mismo, aunque yo estuviese vestida y él también, aunque no hubiese podido toquetearle porque, oh cielos, es que no le gusta que le toquen (ni que le besen, ni que le den la menor muestra de cariño. Sé que no es cierto, sé que lo que no le gustaba era yo).
Se levantó con prisa de aquella silla en la terraza del bar. Se despidió de mí minutos antes de separarnos. Y se fue. Sin mirarme. Esta vez para siempre.
Se fue con la persona con quien lleva años de relación y con quien hoy está viviendo en mitad de un pinar, en fingido aislamiento telefónico y tras vivir durante años de forma más o menos continuada no sé exactamente en qué punto de Madrid y haciéndome creer otra cosa y otro tipo de relación familiar.

No sé. No sé lo que tardaré en sanar de todo este dolor, si es que sano algún día, porque esta vez las cicatrices van a ser demasiado profundas.
Y…como ya he dicho antes: respiro por instinto, no por ganas.

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