domingo, 25 de agosto de 2024

Cosas que están.

 Durante un tiempo, la sección de almohadas del IKEA me producía una pena intensa, unas inexplicables ganas de llorar…


Creo que la primera vez que durmió conmigo ya me dijo que necesitaba una almohada más alta que la que tenía mi cama (que es bajita y achuchable). Creo que aquella noche le di un cojín del sofá.
En las siguientes visitas le facilité otra almohada, una doblada sobre sí misma, para que la añadiese a la de mi cama. En esas fechas, aunque parezca absurdo, mi economía no estaba para grandes dispendios. Sí, suena absurdo, pero es lo que había. Y lo que también había era eso, una almohada doblada que unida a la mía le tenía que servir para conciliar mejor el sueño.
No se quejó.

Alguna vez (y no sólo en esas fechas, allá por 2011, 2012) quiso emplear un cojín decorativo de la cama. No le dejé. Simplemente porque ni me parece cómodo ni es algo pensado para dormir sobre él. Y probablemente y aunque le pase la aspiradora de vez en cuando, debe tener polvo.

Debió ser en 2012, 2013 (cuando mi economía mejoró sustancialmente gracias a un cambio de trabajo) cuando le compré una almohada. Y digo 'le' porque el fin era que estuviese más cómodo cuando durmiera en mi cama. Y porque las estuve tocando, probando su firmeza, mirando que el relleno fuese hipoalergénico, que estuviesen diseñadas para dormir bocarriba…pensando en sus necesidades.

Los llamados 'aplazamientos sucesivos', las interrupciones durante semanas en la rutina de visitas y noches a mi lado…, hacían que atravesar la sección de almohadas del IKEA me produjese una pena inmensa, algo parecido a la nostalgia pero mucho más intenso. Algo que dolía.

Años más tarde compré otra almohada. Creo que porque se quejó diciendo que no era lo suficientemente alta o porque volvió a intentar recurrir al cojín ornamental.
No sé si le resultaría más cómodo dormir en esa nueva almohada. No me dijo nada.

Cuando le conocí, estaba empezando a dejarse crecer el pelo. Llegó a llevarlo muy largo, casi por la cintura, pero cuando empezó a venir a dormir a mi lado lo llevaría un palmo más allá de los hombros. Luego fue creciendo.
Yo siempre he llevado el pelo largo. En mi casa hay cepillos de varios tipos, peines de púas anchas y todo tipo de artilugios para peinarse y/o recogerse el pelo. Por tanto, tenía con qué peinarse.
Y a mí me gustaba peinarle.

En la primavera de 2013 decidió cortarse el pelo. 'A lo chico', definió el corte. O sea, algo totalmente convencional: cortito, raya a un lado.
Creo que fue antes de ese momento cuando compré en un centro comercial un peine de ésos de toda la vida: alargado, color carey, la mitad de púas normales, la mitad de púas finas. Un tipo de peine que yo no tenía porque no necesitaba (cuando me hacía falta algo de ese estilo, empleaba uno de madera que no me electrificaba el pelo).
Ese peine de pasta, color carey, lo compré para que pudiese peinarse cuando ya no necesitara cepillarse el pelo.
Imagino que lo empleó cada mañana tras las noches que pasó en mi cama, que lo empleo la última tarde que pasó conmigo. Sin ser 'su peine', si era algo que estaba en mi baño y a su alcance para facilitarle la vida.
Como las almohadas suplementarias lo estaban para facilitarle el sueño.

A fecha de hoy, el IKEA donde compré las almohadas ya no existe. Lo cerraron y abrieron otro el triple de grande y a un kilómetro de distancia. La sección de almohadas y ropa de cama ya no es la misma.
Tampoco existe ya el centro comercial donde compré el peine. De hecho, está previsto que en las próximas semanas empiecen a demoler el edificio.
Y mi recuerdo de aquellas búsquedas y aquella compra solo está en mi cabeza.
Las almohadas están en la habitación que un día fue despacho.
El peine me sirve, a veces, para hacerme medianamente recta la raya central del pelo.
Ya no son algo que esté en mi casa para facilitarle la vida cotidiana. Simplemente son cosas que están.
Y ya.

No hay comentarios: