sábado, 24 de agosto de 2024

Mentiras sucesivas.

 Ha pasado un año.

Tengo…bueno, más o menos y algunos días más que otros, asumido que no voy a volver a verle.

Creo que en realidad lo supe hace un año. Que era la última vez que le veía. Creo que lo supe, aunque me negase a creerlo y aunque quisiera estarme creyendo eso que me decía: que seguiría volviendo a Madrid a menudo, que incluso ahora sería más fácil que nos viéramos más frecuentemente… Me agarré a eso porque de repente todo era vacío a mi alrededor.
Pero en el fondo, muy en el fondo y muy claramente a la vez, sabía que era la última vez. Que estaba allí para despedirse de mí y que, simplemente, ni a eso se atrevió. O…, no sé, o tal vez él también creía que seguiría viniendo a Madrid (de hecho, siguió haciéndolo) y seguiríamos viéndonos (también de hecho, al menos en media docena de ocasiones me indicó mediante whatsapp que venía tal o cual día, que estaría varios días y que me escribiría para vernos, para tomarnos un café, para acercarse a la zona donde yo trabajaba y, aunque solo fuese ir juntos en el metro, estar un rato eso, juntos).

Me creí cada uno de esos proyectos de encuentro. Como me había creído todos los de los trece, casi catorce, años previos. Todos y cada uno de ellos.
Incluso los que, en el fondo, veía que eran mentira.

También me creí su promesa (porque me lo dijo con esas palabras, que me lo prometía) de dedicarme veinticuatro horas enteras. Creo que lo de 'te lo estoy prometiendo' lo añadió ante mis dudas: eso lo había dicho tantas veces…añadiendo en aquellas otras que, claro, él quería pero no podía ser… 

Por descontado, fue otra mentira más. Ya no les llamo 'aplazamientos sucesivos' (eso que nunca existió porque en realidad ese concepto no existe. Por mucho que tenga nombre, no existe). Sí recuerdo exactamente en qué momento me lo dijo o, mejor dicho, en qué momento lo escuché: yo esperaba el metro en Leganés, estación 'Severo Ochoa'. Domingo, más de las dos de la tarde. Probablemente mes de mayo: el proyecto era venir en junio y pasar varios días en Madrid.
En esas fechas ya no estaba viviendo en Madrid. Creo que eso sí era verdad. Debe ser de las pocas verdades que me ha contado en estos años.

Hablamos cuando le llamo.
En realidad, casi siempre fue así. De hecho, en una ocasión (hace años, por descontado) se lo dije: para que hablemos te tengo que llamar yo. Su respuesta fue, palabras más o menos aproximadas, que él no tenía por qué llamarme. Que no esperase que lo hiciera.
En circunstancias normales, aquella tendría que haber sido la última vez que le llamase. Pero a esas alturas ya nada eran 'circunstancias normales' y ni siquiera mi comportamiento ya era normal. Y le seguí llamando, claro.

Ahora tengo claro que cuando tenía ese tipo de reacciones, de respuestas, era cuando realmente era él. Sin disfraces ni mentiras.

Yo seguía creyendo ver al príncipe del cuento. Mejor dicho: yo seguía queriendo ver al príncipe del cuento del que me había enamorado.
Un personaje que nunca existió. Y que tampoco me inventé yo (más allá de esa definición de 'príncipe del cuento'). El personaje fue creación suya.
El personaje hacía aguas por muchos puntos y en muchos momentos. Pero yo le quería. Yo le sigo queriendo.

A estas alturas, obviamente, sé que no me quiere (de hecho, sé que no tiene el menor interés en volver a verme). Sé que no me ha querido nunca, que nunca sintió por mí mucho más allá que algún tipo de curiosidad circunstancial.
Pero también creo que nunca ha querido a nadie. Que puede haber tenido eso, un cierto interés, aprecio, cariño…, incluso circunstancial atracción sexual hacia las personas que haya considerado 'pareja'. Pero hasta ahí.

Recuerdo que un día, cuando éramos aún solo compañeros de trabajo, presumió de haber dejado a la que en sus veintipocos y durante varios años fue su primera novia. El tema surgió mientras hablábamos (había alguien más delante, creo que otro compañero y bajábamos en el ascensor del trabajo) casi en plan de broma de tontunas, y él dijo algo sobre aquella novia que ahora no le hablaba. Y a la pregunta-afirmación de '¡qué le harías!' respondió eso: que dejarla de un día para otro y sin explicaciones, porque quería cambiar de vida.

Evidentemente, algo muy de su forma de ser y de actuar.

Pero no le di la menor importancia. Y menos en aquellos momentos, cuando mi relación con él era poco más que eso: bajar juntos en el ascensor del trabajo a las nueve de la noche…

Obviamente, a mí no me quiso nunca. Y, a estas alturas, no creo que volvamos a vernos. Porque ha decidido, otra vez y van (seguro) unas cuantas, cambiar de vida.
Me gustaría creer que quiere, en el sentido 'estar enamorado' a la persona con la que ha empezado esta 'nueva vida'. Que no es que la haya empezado ahora, que llevan años juntos (aunque yo haya tardado tanto en encajar esa pieza que mostraba la imagen exacta del puzzle). De veras me gustaría que esta vez sí, que sea la real y la definitiva…, pero imagino que volverá a repetir el mismo esquema: curiosidad, comodidad, alguien que le dé el tipo de sexo que le guste recibir, relaciones al mismo tiempo con otras personas…
Da igual. Yo ya no seré esa 'otra relación'. Porque sí lo he sido durante estos últimos años, sin querer darme cuenta. Pero ya no, porque no creo que volvamos a vernos.
Y si nos vemos no será para dormir en mi cama. O, al menos, no juntos.
Y lo ha decidido él. Y no, no tiene nada que ver con la fidelidad ni con la lealtad.

Como el hecho de que llevemos un año sin vernos no tiene absolutamente nada que ver con el hecho de vivir en mitad de un pinar a nosecuantos kilómetros de cualquier entorno habitado. Como tampoco tiene que ver con haber venido a Madrid solo para acudir a consulta e irse enseguida.
Simplemente, no le intereso.
Y, simplemente, la conversación que hoy he mantenido con él (tras tres semanas sin hablar) debería ser la última. Porque una vez más me ha quedado claro que no piensa volver a verme.
Y quizá sea mejor así.
Ni siquiera le he mencionado que hoy hacía un año justo de aquel último y brevísimo encuentro. No, no se lo he mencionado porque ya no es parte de su vida. Soy yo quien dejó de verle y quien le sigue echando de menos cada día.

Han sido demasiados años de engaños. Mentiras sucesivas.
Y, a estas alturas, ya no quiero que me diga la verdad. O eso que él piensa que es su inesperada verdad…

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