Todos llevamos a cuestas nuestra mochila. Aunque a veces consigamos olvidarnos de su peso.
Pocas veces me ha ocurrido olvidarme completamente de algo que he hecho. Casi nunca de cómo he llegado al lugar donde estaba o cómo volví a casa.
Aquella tarde del último viernes de abril de 2018 se dieron las dos circunstancias.
Gran parte de esa tarde la tengo reconstruida gracias a mi cámara de fotos, porque estuve haciendo fotografías y, por tanto, hay un recorrido que puedo acreditar.
Y siempre he pensado que terminé en el barrio donde sé que estuve porque algo en mí me hizo decidir ir a buscarle. O no, no a buscarle. A intentar verle. Quizá verle sin ser vista, porque si no le habría escrito, llamado..., yo que sé.
No había nada racional en aquella determinación porque mi lado consciente me habría dicho que muy probablemente ni siquiera estaría yendo a trabajar. Aparte, creo que tampoco llegué a acercarme a su lugar de trabajo…, sigue existiendo una gran laguna mental, un denso banco de niebla, en aquella tarde y en esos días.
Pero siempre sentí que había algo más. Algo que me hacía recordar una intensa sensación de angustia cuando algo me hacía pensar en aquel paseo errático por el Barrio del Pilar de Madrid.
Ayer volví a sentir esa sensación. Y recordé. Y reconstruí sin proponérmelo (ni quererlo) parte de esa tarde.
En esos días se estaba celebrando uno de esos juicios que se convierten en tremendamente mediáticos, cuando lo que se juzga no solo no tendría que haberse cometido sino que ese juicio debería ser cualquier cosa menos un espectáculo repleto de morbo.
Quizá fue el día anterior o quizá dos días antes cuando se dictó sentencia. Una de esas sentencias inexplicables, una sentencia donde primó el criterio (repugnante) de un tipo con toga. Una sentencia que echó a la calle a mucha gente y que nos puso de acuerdo a, quiero creer, todas.
Pero estaban las rrss. Y las opiniones. Y…
Y ayer recordé.
Y me vi esperando quizá un autobús o simplemente sentada en un banco con el móvil en la mano, trasteando tal vez en facebook…y leyendo como auténticos cenutrios defendían a los acusados (ya condenados, aunque con penas irrisorias y abogado diciendo que recurriría) y clamaban que se debería también difundir públicamente la imagen y los datos de la víctima. Como se estaban difundiendo los de los esos cinco cerdos. Y, por descontado, la acusaban de mentir. Opiniones con docenas de respuestas dándoles la razón.
El hecho de ser mujer ya la convertía en mentirosa e interesada en destrozar la vida a esos 'pobres cinco chavales'.
Tendría que tirar de calendario y hemeroteca y no voy a hacerlo. Pero probablemente ese viernes por la tarde fue el germen de lo que luego se ha llamado 'La ley del sólo sí es sí'. Porque también relaciono esa tarde con declaraciones por parte del ministro de Justicia planteando que se debía cambiar la ley para que sentencias tan vergonzosas como aquella no pudieran ser dictadas. Y de representantes del Colegio de Psicólogos hablando de cómo la mente consigue que el cuerpo, para defenderse, deje de sentir…
No sé. Sólo recuerdo un profundo asco al leer como algunos cuestionaban públicamente, pero amparados en el anonimato de las rrss, a la víctima.
Un profundo asco que me devolvió al que sentí y reprimí durante años, porque, sí, la mente desarrolla herramientas para disgregarse del cuerpo en determinadas situaciones. Y terminas sintiendo asco de ti misma.
Había conseguido olvidar todo esto. Aquella sensación de asco y angustia de aquella tarde, aquella impotencia de no poder hacer nada que me devolvía a aquellos años de tampoco poder decir nada porque, qué más daba, si seguro que a esas alturas ya la culpa la tenía yo. Que había accedido, que seguía accediendo…
A veces…, a veces sí volvió esa sensación. Curiosamente, hace relativamente poco cuando volvió a hablarse del llamado 'Caso Nevenka'.
Y recordé también cuando en aquellos días llegué a escuchar a mujeres de mi entorno decir que no era para tanto. Que ella había accedido. Que qué buscaba ahora.
Ayer de pronto se despejó parte de esa niebla. De la niebla mental que sigue cubriendo muchos detalles de los primeros meses de 2018, en especial de aquella tarde que derivó en otra noche espantosa de angustia en que pensé que me moría. Y que, como siempre he sabido, lo haría estando sola.
La lectura de las declaraciones de las víctimas de quien parecía un tipo inofensivo y ha resultado ser un tipejo peligroso (y que paradójicamente resulta ser uno de quienes, como político, impulsó la llamada 'Ley del sólo sí es sí') me devolvió esa angustia, porque volví a leer como se empezaba a cuestionarlas…
Y confirmé de nuevo que no llegará el día en que pueda hablar de…, de algunas cosas.
Hubo un tiempo en que creí que sí había encontrado a alguien con quien podría hacerlo. Confiando en él lo suficiente como para hablar de mis heridas, porque las entendería. O, al menos, no me cuestionaría.
Hace no demasiado me alegré de no haber llegado a contarle nada. Porque comprendí que, de algún modo, lo habría utilizado para hacerme daño.
Y…, y no sé.
Hoy estoy algo más tranquila. Intentaré evitar las noticias de este último caso. Al menos en lo relativo a opiniones anónimas en rrss.
Bastante me cuesta ya seguir respirando como para sumar angustias que me ahoguen.
Todos llevamos a cuestas nuestra propia mochila. Nos acostumbramos a llevarla y ya está.
Pero a veces la realidad aumenta el peso de las piedras que la llenan. Y nos recuerda que nunca podremos soltarla.
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