La penúltima vez que hablé con él me dijo que nos veríamos en breve. Más que decírmelo, me lo aseguró y sin yo sacar el tema. Le creí, como siempre.
Por supuesto, me estaba mintiendo. También como solía ser costumbre, aunque yo haya tardado tantos años en reconocerlo.La última vez que hablé con él, ya ni eso. De hecho ni mencionó aquello que me había asegurado dos semanas antes.
Las últimas conversaciones con él versaban, básicamente, en ponerme al día sobre el clima y la temperatura del sitio donde se ha ido a vivir. O donde se lo han llevado para aislarle por completo del mundo. Aislamiento con el que está muy contento. O eso dice. O eso cree.
Da igual.
También mencionaba cosas de la empresa donde nos conocimos. Que siempre y por otra parte estos catorce años fue el tema del 80% de nuestras conversaciones telefónicas. O más bien sus monólogos. Ahora ya no trabaja allí (o por lo menos no trabajaba allí hace dos semanas) pero imagino que para él era un tema recurrente cuando hablaba conmigo porque debía pensar, no sé en base a qué, que a mí me interesaba lo que pasaba en esa empresa.
Empresa a la que no quise volver hace un año, aunque tenían mi contrato preparado y buenas condiciones económicas. O sea: que la empresa no me interesa en lo más mínimo. Escucharle hablar de ella es lo que yo llamaba 'terapia'. Eso y que me importaba tanto él que, por descontado, me interesaban todos los temas de lo que me quisiera hablar. Y si para él era un desahogo hablarme de eso (imagino que porque tampoco le interesaba a nadie), perfecto. A mí él me importaba en todas las facetas de su vida.
También da igual.
Nuestras dos últimas conversaciones telefónicas acabaron más o menos del mismo modo. En realidad, ya habían acabado algunas otras de un modo similar, aunque hasta esta última no había tenido auténtica conciencia de ello. Estábamos hablando y le estaban hablado en su entorno físico, real. Hasta que me decía que tenía que colgar, que se tenía que ir con su familia a pasear al perro.
Curioso. Vive en mitad de nosecuantos cientos metros de terreno, en realidad casi nosecuantos kilómetros porque esa es la medida de distancia hasta la edificación más cercana: kilómetros de terreno, pero tienen que sacar a pasear al perro. Justo cuando está hablando conmigo.
Y aún más curioso que le pareciera normal decírmelo.
Y todavía más que me pareciera normal a mí.
Nuestra última conversación, sí, concluyó así. Lo último, penúltimo, que le dije es que si algún día terminaba viniendo a Madrid, me avisara. Más o menos me dijo que sí, en plan evasiva. Sin planes. Esta vez ya no habría más aplazamientos sucesivos. Es más: su promesa de la conversación anterior, el primer sábado de septiembre, ya no se convirtió en un aplazamiento. Simplemente no la cumplió y no me dio ninguna explicación.
Para qué.
Yo creí su promesa porque quería creerme equivocada. Pero en realidad ya había dejado de creerle.
Nuestra última conversación acabó porque su novio le estaba conminando a que colgase. Simplemente. Todo lo demás, cualquier justificación, era una excusa.
Novio, sí. Masculino singular. La persona con quien lleva años de relación y con quien ahora está viviendo en mitad de un pinar en medio del campo. Posiblemente para que nadie…, en fin, da igual.
Y cómo tardé yo tanto, pero tanto tiempo en atar los cabos con lo claras que estaban algunas cosas…lo único que sé ahora es que tardaré años en entender del todo.
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