domingo, 2 de diciembre de 2018

Objetivo en una guerra inesperada.

Hay cosas que no cura el tiempo.
O, más concretamente, el tiempo, el paso del tiempo y la edad y la experiencia, no sirven para hacer callo y que algunas cosas no afecten. Vuelve a darse la situación y vuelve a doler igual. Al menos a mí me pasa eso.

Me hace daño igual que alguien en quien confiaba, que me había dado motivos y señales para poder hacerlo, de pronto actúe como un enemigo. Sobre todo cuando tengo claro (y esa persona tampoco me diga lo contrario) que no he hecho nada para que la situación sea ésa, que no es una reacción hacia algo. Que su ataque no es una defensa: es un ataque sin más. 

Y eso es lo que duele. Las guerras en las que se participa conscientemente no, porque una se mete en batalla con armadura y espada y se esperan las heridas. Pero cuando no sabes qué ha pasado y te encuentras en el centro de un bombardeo, y, es más, de pronto ves que el objetivo eres tú y quien lanza las granadas es alguien a quien siempre hubieses creído en el mismo batallón que el tuyo, a quien nunca hubieses imaginado de otra forma que bajando los brazos y no alzándolos para otra cosa que para enarbolar tu misma bandera blanca....pues duele.

Nunca entenderé esas estrategias de que todo valga. Nunca, cuando además el asunto se trata de intentar defender un puesto de trabajo de mierda en una empresa a la que siempre has demostrado un desprecio tan absoluto, incluso superior a la indiferencia que a mí me causa esta misma empresa. Un  puesto que ni siquiera está realmente en peligro. 

No lo entiendo. No lo he entendido nunca y creo que a estas alturas no tendré vida por delante como para poder llegar a entenderlo.
Me duelen esas actitudes. 
Me duelen los ataques cuando proceden de alguien hacia quien no voy a hacer nada para defenderme. Porque para mí no es un enemigo. Porque es alguien a quien aprecio.
Y porque no voy a ser capaz, lo sé, de verlo ahora en el bando contrario. En un bando que no sé porqué han creado para participar en una guerra que, para mí, ni siquiera existe.
Y sé que no voy a contratacar. En parte, porque sé que si lo hago, puedo hacer mucho más daño del que nadie podría esperarse. Y no quiero. Sigo apreciando a quien de pronto ha decidido ser enemigo y no voy a hacer nada, no voy sino a ponerme más agua con sal en las heridas, para que curen aunque eso deje una segura cicatriz. De ésas que sirven para que no olvide que existió la herida.

Otra semana de mierda, por tanto.

Menos mal que se acabó el peligroso noviembre.
Menos mal que, al menos, el final del proceso médico de quien de veras me importa por encima de toda esa miseria laboral parece ir tan bien como era esperable. Y aunque me hubiese gustado (lo necesitaba) hablar con él y no ha podido ser, saber que está bien me tranquiliza.
Aunque hoy sea domingo, sepa que mañana todo volverá a ser igual aunque sea diciembre y haya amanecido con una niebla rara y cerrada.

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