domingo, 16 de diciembre de 2018

Semana agridulce.

Semana agridulce. Y en el justo orden del término.

La semana laboral ha sido una pesadilla. La misma pesadilla que lleva semanas siendo y cada vez es más intensa (incluso de puro aburrimiento). Un no-dar-vueltas para no llegar a ninguna parte, un no-dejar-de-girar en la rueda de la jaula del hámster, para terminar cansada y ver que no sólo sigues en el mismo sitio, sino que no dejas de estar encerrada.
A eso se sumamos un incipiente constipado (no creo que sea gripe porque ni va a más, ni remite pasados los cinco días de rigor). Aparte que la gripe es vírica y de todos es sabido que yo soy inmune a los virus (o al menos a esa conclusión llegaron los médicos que me trataron este verano y no supieron explicar qué había estado a punto de matarme. No es una frase hecha). Aunque no puedo (debo) tomar medicamentos, no he podido evitar tomar una aspirina esferverscente en el desayuno y antes de irme a dormir, con el correspondiente vaso de leche con miel en la toma nocturna. 
De momento no me ha matado. Ni la aspirina ni el resfriado.

Sé, no obstante, que no estoy bien. Llevo varios días sin apenas tomar agua. No tengo los ojos tan limpios como deberían estar. Varias veces me ha dolido (y algunos instantes, bastante) en un punto que debería identificar como el lugar donde tengo el hígado. Y el viernes por la mañana, en el trabajo, el 'tienes mala cara' fue formulado por varias personas: tenía ojeras, bolsas bajo los ojos y el ir con el pelo a su libre albedrío (la humedad me lo encrespa) y la cara lavada tampoco debió contribuir a mejorar el conjunto. 

Admito que ese 'mal aspecto' del viernes me vino estupendamente para avalar mi decisión de no acudir a la cena de navidad de la empresa. Evento que no me apetecía demasiado...y para el que tenía una alternativa personal que fue lo que terminó salvando mi semana, endulzando el final...

La noche del viernes al sábado apenas dormí (o casi debería decir que no dormí en absoluto, puesto que eran más de las cinco y casi las seis cuando me quedé dormida). Sin embargo, y pese a llevar despierta desde las seis y algo de la mañana, por tanto casi 24 horas, arrastrar el cansancio, el agotamiento y el hastío de toda la semana laboral, sumarle reuniones familiares poco agradables, añadir mi constipado, los retrasos, paros y huelgas en los transportes que no me queda más remedio que aguantar como parte de mi rutina diaria, la falta de tiempo que no me permite ni a ordenar mi espacio cotidiano..., pese a todo esto y más cosas, esa noche se me quitó todo el cansancio y me dieron más de las cinco y casi las seis perfectamente despierta y consciente y, posiblemente, siendo capaz de aguantar las horas que hubiesen podido venir después si me hubiera correspondido seguir despierta...

Un año, un mes y cuatro días después, volví a constatar que tenerle cerca me cura. Que el olor de su piel y el calor de su cuerpo cerca del mío me despierta y me tranquiliza a la vez.

Y que despertar a su lado, abrir los ojos y verle junto a mí, vuelve a hacerme sentir que todo está en su sitio, que todo vuelve a cuadrar, que ya no me rodea la basura ni el aire tiene tanta suciedad que me impide respirar. 

Aunque a estas alturas sepa que no es sino un espejismo, que en pocas horas todo volverá a la normalidad que aborrezco y al castigo que no sé porqué padezco y que componen mi vida cotidiana. 

Pero el momento en que estiro mi brazo para que mis dedos lleguen a su piel, en que acerco mi cara a su espalda y siento su calor y mis labios pueden rozarle, hace que se pare el mundo.

Y mi semana de mierda se convierte, finalmente, en algo agridulce. Como esa salsa de los restaurantes chinos que nunca sabré si de veras me gusta...pero que no puedo evitar añadir al arroz porque hay algo en ella inevitablemente adictivo.
Como soy, y lo sé, adicta a él.

No hay comentarios: