viernes, 16 de marzo de 2018

Cosas. Y vacío.

Esta semana me he comprado un minihorno eléctrico, una caja de plástico para herramientas, dos geranios de la variante pelargonio.
El horno el martes, los geranios el miércoles, la caja de herramientas el jueves.

El martes cargué todo el día con el paraguas y, creo, llevé las botas azules de goma para lluvia. Pero apenas llovió. Afortunadamente, porque el horno es mini, pero la caja donde iba es muy grande y, si hubiese llovido no sé cómo me las habría apañado. Como no llovió apenas, no tuve mayor problema para transportarlo que el tamaño de la caja. La até con una cuerda de algodón que compré a mediodía en la tienda de chinos que está bajo las oficina donde trabajo y usé esa cuerda como 'asa' para transportarlo. Escaleras arriba en el tren, escaleras abajo para atravesar la vía y volver a subir escaleras para salir a la calle.
Si hubiese aplazado la compra para el miércoles, la lluvia me habría hecho desistir. Y habría tenido que esperar a que volvieran a ponerlo en oferta en la tienda, porque la promoción terminaba ese mismo miércoles.

El miércoles llegué empapada a casa. Por la mañana me fie del cielo despejado y no cogí el paraguas. ni me puse las botas de goma. Salí del trabajo casi media hora más tarde de lo habitual y, al llegar a la calle, llovía. Y no sé porqué no subí de nuevo a buscar otro paraguas que tengo allí, para casos como éste. Y lo dicho: llegué completamente empapada. A mediodía había comprado los geranios: la tienda los estaba liquidando a menos de la mitad del precio que tenían un par de días antes. Es la misma cadena de tiendas que donde compré el minihorno, aunque no exactamente el mismo sitio. Es también donde dos o tres veces por semana compro zumo exprimido refrigerado, normalmente de naranja o mandarina. Los zumos que, a veces he pensado, han evitado que pase la gripe este invierno donde el virus ha sido bastante salvaje.

La caja para herramientas la compré el jueves. Llevaba meses para comprar una. Tengo bastantes herramientas en antigua caja de vinos dentro de la despensa multiusos de mi cocina: dos martillos, alicates, tenazas, destornilladores, cintas aislantes o de papel, bolsitas con tornillos, alcayatas, tacos de plástico, rollos de cuerda, remaches... La idea es guardar todo en la nueva caja y sacarla a la terraza de la cocina. Es algo que se me ocurrió hace meses, creo que antes del verano pasado, pero lo había ido dejando... Ahora ya es inaplazable, porque quiero meter el horno nuevo en la alacena y el único espacio donde se me ocurre que lo pueda ubicar es justo donde tengo el desorden de las herramientas.

El miércoles llegué tan empapada que entré por la puerta dejando cosas mojadas (la gabardina colgada en la puerta de la cocina, las deportivas en el suelo cerca de la terraza, el bolso de plexiglás sobre un trapo en la alfombra del comedor...) para llegar cuanto antes a la ducha. Cuando llego mojada, lo único que se me ocurre para precisamente evitar el inminente riesgo de resfriado es ducharme con agua caliente. Cambiar la sensación de humedad por agua real. Y ponerme luego una camiseta de algodón y unos calcetines gordos. También me tomé una aspirina y un vaso de leche caliente con miel. Y en algún momento, antes de las doce, me quedé dormida en el sofá. Y en algún otro momento, la tele se apagó sola y creo que me enteré, pero seguí durmiendo. En la calle llovía a mares. Y me volví a despertar y fui consciente de que estaba en el sofá, y al apagar el portátil vi que eran casi las cuatro y media de la mañana. Apenas pasé dos horas en la cama, antes de que el despertador me recordase que como cada mañana era la hora de levantarme para empezar mi rutina diaria.

El jueves me tomé otra aspirina en el desayuno. Llovía en la calle de nuevo.

Y termino el viernes con ojeras, sin rastro de lo que temí derivase en resfriado serio, tremendamente cansada. La semana laboral ha sido muy intensa, muchísimo. Estoy haciendo el trabajo de tres personas: el mío, el de una compañera que lleva más de dos meses de baja médica y, desde el martes, el de otra que se despidió el lunes (al parecer, a la única que no le pilló por sorpresa fue a mí. Que ya llevaba semanas haciendo parte de sus tareas). Desde ayer, además, me dedico a formar a una nueva incorporación. Y el lunes tendremos otra y de nuevo formarle o formarla (aunque creo que será en masculino) será parte de mis tareas. De todas ésas que no redundan en mejorar mi sueldo, dicho sea de paso, pero que no le encargan a nadie más.

Tengo un nuevo horno, una caja para herramientas, dos nuevos geranios. Mucha falta de sueño. Trabajo pendiente tras no haber parado un minuto en toda la semana y haber salido casi media hora más tarde de mi horario el martes, miércoles y jueves. La casa en absoluto desorden, incluida la caja grande del horno, que está ahí, casi en medio del salón. El pelo sucio, tras tanto viaje en transportes públicos abarrotados y tanta lluvia. Libros por colocar y por leer, no sé en qué orden. Y un sábado por delante para intentar llenar con todas estas cosas.

Un sábado vacío. Tan vacío como yo me he sentido toda esta semana que he intentado llenar con todas estas cosas que acabo de contar, con todo el cansancio que he ido acumulando pero que no llena el vacío.
Cosas para intentar llenar el sábado.

Sabiendo que llegará el domingo y no habré llenado nada. Que el vacío seguirá ahí.

Porque llenar de cosas esta semana eterna no ha conseguido, en realidad, que haya dejado de pensar en él ni una sola hora de un solo día. Ni que me haya abandonado esa sensación de vacío.

No hay comentarios: