domingo, 5 de enero de 2025

Queridos Reyes Magos...

 Queridos Reyes Magos,

martes, 24 de diciembre de 2024

Fun, fun, fun.

 Veinticuatro de diciembre, fun, fun, fun…

martes, 3 de diciembre de 2024

Lápices de colores.

 Estaba escribiendo un post desde hace un rato.
De repente, el sistema me ha preguntado si quería guardarlo. No sé qué habré respondido, pero el texto ha desaparecido. Y no ha regresado ni aún empleando el 'rehacer' (control+z).

Otro pequeño desastre a sumar a los acaecidos esta última semana.

No voy a intentar rehacerlo.
Me cuesta mucho sacar un rato libre y con el portátil a mano y funcionando. Ahora lo había sacado…

No consigo hacer nada que de veras me guste.

Tengo sobre la mesa de la oficina dos cajas de lápices de colores. Una al parecer tiene la peculiaridad de que son borrables, la otra combina en un mismo lápiz dos colores.
Simplemente están ahí. Una desde hace más de dos meses, la otra seguramente desde hace un mes.
No tengo tiempo ni para probarlas.
Pero tampoco me las traigo a casa. Supongo que porque al tenerlas en la oficina quiero creerme que las podré disfrutar en algún ratito. Pero sé que en casa no las emplearé nunca, nunca tendré tiempo y ganas para volver a dibujar. E irán a hacer compañía a otros muchos lápices de colores, lápices de dibujo de diferentes dureza, rotuladores, acuarelas, bolígrafos, pinturas de cera...

Y…, en fin: espero que el sistema no borre también este texto sin importancia.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Más de 12 horas diarias de pantallas.

 Todo es rutina. Dar vueltas en la rueda del hámster. Vaciar el mar con un dedal. Sísifo subiendo cada día a la montaña la piedra que encontrará abajo al día siguiente y tendrá que volver a subir. Rutina agotadora y aburrida. Ver pasar los días. Ver pasar la vida sin molestarme siquiera a mirarla. En realidad creo que ni siquiera la veo pasar a estas alturas.


Solo tengo sueño, cansancio. Me duele la espalda, a veces mucho.

Durante el día a veces me apetece escribir. Se me ocurren cosas. Pero no tengo tiempo para hacerlo, sumergida en esa rutina poco productiva. Rutina de pantallas. Creo que estoy pasando más de 12 horas diarias mirando pantallas: ocho obligatorias como mínimo en el trabajo, seguramente otras dos entre trayectos de metro-renfe-bus para enterarme qué pasa en el mundo, muy probablemente otra si sumo el momentito de mirar el móvil al levantarme de la cama e ir al salón a desconectarlo del cargador, el intentar que el portátil se conecte y revisar el grupo de FB que coadministro, mirar un rato la televisión hasta que el sueño puede conmigo y me quedo dormida en el sofá.
Más de 12 horas diarias de pantallas para ni siquiera hacer nada que realmente me guste.

No sé absolutamente nada de él.
Desde finales de septiembre, casi ya dos meses, no ha intentado contactar conmigo.
No hay un solo día en que no piense en él, en que no piense en llamarle, en que no me quite la idea de hacerlo porque sé que si lo hago ni se molestará en coger el teléfono (sí: la excusa de la mala cobertura. La mala excusa de la mala cobertura que hasta me llegué a creer en algún momento). Y sabré que simplemente y otra vez más estará ignorándome, menospreciándome. Y ya no quiero más desprecios disfrazados de… de qué más da.

Casi las doce de la noche de un sábado más, tan monótono como otros muchos. Pasados y futuros.

Un día escribiré sobre lo mucho que tardé en darme cuenta de que consiguió que me quedase en casa los sábados, esperándole, incluso cuando no tenía intención alguna de verme, ni siquiera de llamarme.
Pero será otro día.
Quizá hoy ya sea hora de desconectar de las pantallas.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Vida tan aburrida como este post.

 Llego tan cansada a la noche que no tengo ni tiempo ni ganas de escribir. Ni de hacer ninguna otra cosa.

De hecho, tengo que esforzarme para, en un paseo a la cocina, dejarme listo el sándwich del día siguiente y la cafetera preparada para desayunar. Algunos días la pereza ha ganado la batalla y he terminado teniendo que comprarme algo a mediodía para comer. Y preparándome un café rápido (procurando controlar que la cafetera no quede enchufada al salir de casa).

En alguno de los paseos entre la cena y tumbarme en el sofá también preparo la ropa para el día siguiente. Porque aunque no madrugo (me levanto poco antes de las ocho de la mañana) tengo casi calculados al milímetro los tiempos. Aseo, vestirme, crema, perfilar los ojos, rímel. Café y dos galletas, vuelta al baño, lavarme los dientes, peinarme. Pendientes y collares. Colorete, labial. Calzado, perfume. Controlar que llevo el móvil en el bolso y el sándwich en la bolsa auxiliar. Última visita al baño. Chaqueta o pashmina. Bolso en bandolera. Salir de casa con las llaves en la mano.

Así día tras día, de lunes a jueves. El viernes teletrabajo, por lo que me levanto a la hora en que el resto de la semana salgo de casa y la diferencia es que en vez de ritual de maquillaje y tal, me siento para desayunar y trasteo un poco en el móvil. El resto del día no es muy diferente. Sustituyo el paseo de un par de kilómetros del mediodía por hacer alguna tarea doméstica y salgo a hacer compra cuando desconecto por la tarde.

Mi vida cotidiana es tan aburrida como este post.
No hay más.
No habrá más.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Un futuro que no será mi futuro.

 La semana ha sido agotadora.

O igual no, igual no ha sido culpa de la semana que yo lleve cansada tantos días y cada día más que el anterior.

Enumerarlo todo también sería agotador. Y aburrido para el lector. Problemas en el transporte, trabajo tedioso, pocas horas de luz solar, calefacción demasiado alta al llegar a casa, obra de la fachada que me está desquiciando y que me tiene a las diez de la noche reubicando plantas por la casa, el dolor de las imágenes en los informativos…

He comido fatal. Creo que ni he probado la fruta en toda la semana (sí la verdura: bendito y socorrido puré para dos días). Ni siquiera estoy segura de si algún día he llegado a ducharme (sé que no desde el jueves: el propio cansancio, la propia desgana, el importarme cada vez menos…)

La obra de la fachada me ha dejado sin cuerda para tender la ropa en la terraza. Como todavía tengo momentos en que regresa mi rapidez mental de antaño, ésa que me hace encontrar soluciones rápidamente, esta mañana he añadido otra cuerda en la terraza de la cocina (donde están ahora gran parte de mis cactus…además de otras muchas cosas). Pero me ha dado mucho coraje, tras poner la lavadora, ver el solecito de la tarde y no poder tender las sábanas en la terraza. Y no poder, por tanto, ponerlas recién secas y con ese olor a ropa de algodón secada al sol.

He puesto una sábana bajera nueva. O sea, esta noche estreno sábana. Por primera vez en…, ¿alguna vez he llegado a estrenar unas sábanas en los últimos veintitantos años, ahora que caigo?

Cuando venía a dormir conmigo, ponía sábanas recién planchadas.
No las cambiaba al día siguiente: me gustaba encontrar el olor de su piel en mis cama, sin buscarlo.
No sé nada de él. Le importo tan, tan sumamente poco, que no sé nada de él desde la última vez que el llamé hace mes y medio.
Si me paro a pensarlo, saber que no volveré a verle y que ni siquiera volveremos a hablar me duele hasta cortarme la respiración.

Estoy agotada.
Debería comer verduras frescas y frutas esta semana.
Pero no sé si lo haré. En realidad cada vez me importa menos qué me pase en un futuro que no será mi futuro.

sábado, 26 de octubre de 2024

Evitar angustias que me ahoguen.

 Todos llevamos a cuestas nuestra mochila. Aunque a veces consigamos olvidarnos de su peso.